Black line
Teruo Ishii se adentra en la zona, cruza esa línea negra del título y nos ofrece una fascinante y oscura aproximación al mundo del crimen…
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El reportero de investigación Maguchi está en tras la pista de la zona negra (Black Line), una conocida zona de prostitución de Yokohama… Pero cuando se despierta una mañana en un motel barato, al lado del cuerpo de una bella chica, aparentemente estrangulada con su corbata, decide abandonar la escena del crimen antes de que la policía llegue y probar su inocencia encontrando al verdadero asesino.
Aunque se trata de la segunda entrega de su saga Chitai (Zona), tras White Line (1958), innencontrable, Black Line puede ser considerada la primera de las cuatro restantes, variaciones sobre esa “zona”, y que marcan no sólo el tono del cine negro de la Shin-Toho, sino el cine negro de los años sesenta japoneses. Película oscura oscura, en su fotografía, en su trama (el mundo de la prostitución y la droga), Ishii nos remite a Jean-Pierre Melville y al Jean-Luc Godard de Al final de la escapada… Un montaje vertiginoso, que utiliza 80 minutos en contar una historia compleja, llena de personajes secundarios e infinidad de lugares y ambientes, un sentido del encuadre alucinante, una banda sonora a ritmo de jazz y la mezcla desvergonzada de estilos (desde la nouvelle vague al expresionismo alemán), hacen de esta película un clásico dentro de la filmografía del director. Tras ella vendrán Yellow Line, Sexy Line y Fire Line (en esta tan sólo se ocupó del guión), que comparten modos y maneras e incluso actores, entre ellos la encantadora Yoko Mihara.
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