Yellow Line
Ishii se adentra de nuevo en el mundo de las redes de prostitución, y nos ofrece una película asombrosa, con la que demuestra que se merece un lugar junto a otros gigantes japoneses del género.
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Un asesino a sueldo mata por encargo a un Oficial de Aduanas, pero pronto se dará cuenta de que le han tendido una trampa. A partir de ese momento, perseguido por la policía, se ve obligado a secuestrar a una joven y se ve inmerso en una red de prostitución que vende chicas japonesas a extranjeros… y no se detendrá hasta dar con el responsable.
Con Yellow Line, Teruo Ishii nos ofrece una variación de su predecesora en la saga, Black Line, película con la que comparte muchos puntos en común: un asesino, un periodista, una venganza, una traición… pero Ishii es capaz de combinar estos elementos de forma magistral, sin caer en la repetición, logrando una película fascinante que poco tiene que envidiar a la primera entrega, y que en sus apenas 80 minutos logra atraparnos con un ritmo endiablado, unas actuaciones fantásticas (mención aparte para Yôko Mihara, protagonista de toda la saga, que de nuevo borda su papel) y una dirección ejemplar. Una cinta oscura, que aborda el mundo de las redes de prostitución, del tráfico de drogas y del crimen organizado, en la que el director vuelve a demostrar su capacidad para asimilar influencias que van desde el Polar hasta la Nouvelle Vague, pasando por el emergente cine de género de su país natal (que ya contaba con directores de la talla de Seijun Suzuki), sin perder por ello su personalidad, dotando a sus películas de un sello inconfundible. Una obra maestra del cine negro japonés.
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