Katakuri-ke no kōfuku (2001)
Director: Takashi Miike
Guión: Kikumi Yamagishi, Ai Kennedy (traducción)
Actores: Kenji Sawada, Keiko Matsuzaka, Shinji Takeda, Naomi Nishida, Kiyoshirō Imawano, Tetsurō Tanba, Naoto Takenaka, Tamaki Miyazaki
Productora: Dentsu, Eisei Gekijo, Ganmo, Gentosha, Little Garage, Mainichi Broadcasting System (MBS), Shochiku Company, Spike K.K.
Director de fotografía: Hideo Yamamoto
Editor: Yasushi Shimamura
Después de un breve regreso al yakuza-eiga con Agitator (2001), Shochiku volvería a contar con Miike. El director ya había dirigido para el gran estudio la adaptación de una novela de Riichi Nakaba en 1997 con Young Thugs: Innocent Blood y su precuela de 1998 Young Thugs: Nostalgia. Esta vez, Shochiku le pediría que se encargara del remake de la ópera prima del director y guionista Kim Jee-woon, The Quiet Family (1998).
La felicidad de los Katakuri narra la historia de Masao Katakuri, quien es despedido de su trabajo de toda la vida y con el dinero de la indemnización decide montar una pequeña pensión con su familia en la montaña, cerca del lugar en el que van a construir una carretera. Pero nadie parece acercarse por esa zona, los viajeros prefieren a la cercana Karuizawa, y los primeros visitantes que tienen es un grupo de mujeres que están realizando un viaje espiritual y que les auguran desgracias. Por fin llega el primer huésped, pero se suicida con la llave de la habitación sin dejar una nota de suicidio y los Katakuri deciden ocultar su cuerpo en el bosque por miedo a ahuyentar a la futura clientela. A partir de aquí, la familia deberá seguir unida para ocultar las muertes que sucederán después en la pensión y evitar así caer en desgracia.
La adaptación que nos ofrece Miike es una adaptación libre, no sólo porque acomoda el guión a un contexto japonés sino porque se podría decir que es una interpretación muy personal de la historia de Kim Jee-woon. Para empezar los personajes que nos presenta son diferentes. La familia Kang la componen el padre y la madre, el hijo mayor de 20 años, la hija mediana, la hija pequeña de 17 años y el hermano pequeño del padre de familia. Sin embargo, la familia Katakuri es una familia media japonesa, que debido al estallido de la burbuja inmobiliaria de los 90 ha tenido que reestructurarse. El padre ha perdido su empleo vitalicio, el sustento de la familia así que los Katakuri se han visto obligados a trabajar unidos para salir de la crisis, incluyendo a la madre, al abuelo, al hijo recién salido de la cárcel y a la hija divorciada con una niña de tres años; en total cuatro generaciones en una misma casa. Miike personifica en ellos las muchas familias japonesas que tuvieron que agruparse durante el colapso de la burbuja. Este cambio de personajes ya es muy significativo porque lo que Kim Jee-woon plantea como una comedia de humor negro, Miike lo aprovecha a modo de reflexión social con mucho, mucho positivismo. Los planos oscuros de Jee-woon se convierten en pura luz de manos de Miike, el “Hotel Brumoso” en la “Pensión de los amantes blancos”, la importancia de la banda sonora en un musical y el humor negro en un canto a la felicidad y a la risa.
A Miike las familias desestructuradas le vienen de fábula, pero esta no es una familia tipo miikeana, es sólo una familia que pasa por un momento de inflexión y que debe reinventarse y conciliar los diferentes intereses de cada uno de sus miembros. Los Khang llevan trece años en “Hotel Brumoso” y su único anhelo es deshacerse de la soledad y el aburrimiento que sienten. Esto queda muy explícito en la narración utilizada en estos films. Mientras Jee-woon utiliza a la hija de 17 años como filtro de la historia, Miike prefiere a la pequeña de tres años; y ambas niñas exponen con su voz over el tema principal del film. Mina simplemente está cansada de que nada ocurra en el hotel, pero la madurez psicológica de Yurie contrasta con su edad y deja entrever la intención del director. No sólo quiere divertirnos con el humor negro, también quiere que seamos conscientes de lo que buscan todos los personajes de Miike y, por ende, el ser humano: la felicidad. Mientras Yurie entierra en el jardín a su pez muerto, la voz en over dice: «Por entonces empecé a preguntarme: ¿cómo se crea una familia feliz? Decimos familia pero cada miembro es un individuo con sus propios sueños y problemas. Se dice que la naturaleza y la crianza influyen en cómo crecemos, pero con mi familia sé que me convertiré en una persona muy guay».
El punto de vista de Yurie le sirve a Miike para justificar los efectos visuales, la presentación de los personajes y un par de escenas realizadas en animación stop motion con plastilina a causa del bajo presupuesto, pero también le sirve para convertir el film en un musical que contará con el genial Mick Jagger japonés, Kiyoshirō Imawano. La niña se imaginará el asesinato de una huésped en Karuizawa como parte de la cadena alimentaria, verá a los componentes de su familia siempre bajo un filtro de luz blanco-azulado brillante y convertirá en un número musical la exhumación de los cadáveres a causa de la lluvia. Miike ya había jugado con los montajes rítmicos en otras ocasiones, incluso se había atrevido con algún número musical en Andromedia (1998) o Blues Harp (1998), mas en La felicidad de los Katakuri da rienda suelta al montaje. Sin embargo, esta parodia no sólo consiste en el cambio de enunciación, la diégesis que construye Miike es una hipérbole con mayúsculas. Donde Jee-woon presenta una pareja que se suicida con veneno por amor, Miike ve un luchador de sumo que aplasta a su novia adolescente cuando le da un ataque al corazón. Y donde Jee-woon ve un flirteo en el porche de la casa a la luz de la luna, Miike ve un estafador que seduce a una mujer soñadora en un vertedero.
El uso de la luz es un gran cambio respecto al guión original. La casa de los Katakuri, aunque esté en una montaña llena de escombros es una casita encantadora llena de luz y con cielo muy azul, muy a tono con la energía positiva de la radiante señora Katakuri que no tiene nada que ver con la mezquina coreana señora Khang. La puesta en escena en general nos indica otra gran diferencia. La oscuridad del encuadre de Jee-woon retrata a una familia aburrida con un objetivo común pero que pierde de vista lo esencial y acaba luchando en dos bandos y manchándose las manos de sangre, aunque finalmente se reconcilien. Miike, por el contrario, parte de unos seres individuales que se reencuentran gracias a las muertes que suceden a su alrededor y aprenden, por ende, el valor de la vida, de la lucha por coexistir de la humanidad. Además se apoya en la naturaleza como recurso dramático, como ya lo hiciera en The Bird People in China (1998). Los planos de lunas, muy típicos en la filmografía del director, esta vez se convierten en un eclipse para anunciar el desastre natural; los cuervos, también muy socorridos por Miike; el vertedero en el que Richâdo Sagawa intenta conquistar a Shizue que simboliza su engaño; y sobre todo, el idílico emplazamiento de la secuencia final que incluye un arco-iris a todo color que expresa la felicidad que por fin ha alcanzado la familia. En este sentido, el propósito del director japonés es infinitamente más axiomático y existencial, como existencial es el mensaje final de la voz en over de Yurie: «el hombre es sólo una de las criaturas de la naturaleza y quizás algún día la humanidad pierda en el juego de la selección natural. Pero hasta entonces el hombre sigue viviendo, sincera y conmovedoramente. Eso es vivir». Un verdadero grito a seguir viviendo y riendo.
Redacción: Sabrina Vaquerizo (@svaquerizo)
Hacer Comentario