Hola de nuevo amigos de Asiateca. Desde aquel especial del festival de Yubari que no escribo nada por este vuestro blog. Sigo por Japón, intentando disfrutar del turismo festivalero nacional y de Asia: películas, comida y algún paseo, que ya estoy muy mayor para darme palizas a pie mirando iglesias o templos, que visto uno, vistos todos.
Hace un par de años, a través de un enlace del Festival Internacional de cine de Tokyo (al que no he ido, todavía) descubrí el Kyoto HISTORICA International film festival, pero por unas cosas o por otras no me había dado por ir, y eso que lo tengo a cuarenta minutos en tren de Osaka, donde vivo, que ya me vale. Este año, y con mono de festivales (que el Bifan´17 fue cojonudisimo y hasta marzo del 2018 que es el de Yubari queda la vida entera) me lié la manta a la cabeza y le propuse a Jorge cubrir el evento. Desafortunadamente, por problemas de agenda, solo pude ir dos jornadas, pero sirvieron para quedarme prendado del encanto de este joven festival con aroma a clasicote.
Como pudisteis ver en el adelanto de la programación, este festival se compone exclusivamente de cine de época, exhibiéndose tanto películas de estreno como clásicos rescatados. Por la parte nueva, no había nada que me llamara especialmente la atención: Destacan dos joyazas que ya había visto. Una, Lady Macbeth, ya conocida por todos; un peliculón que te hace entender que, por mucho que vivamos en una sociedad heteropatriarcal, la que de verdad tiene el poder y la última palabra es siempre la mujer. La otra joya, The Village of No Return, del Taiwanés Chen Yu-Hsun, y que ya había disfrutado en el Bifan del pasado verano, es una película china, chinísima, de difícil consumo y digestión lenta, pero que luego te deja un poso de satisfacción bastante grato. Y sale la guapísima Shu Qi.
Pero es en la parte clásica donde reside el verdadero encanto de este festival. Tened en cuenta que está organizado por la Gobernación de Kioto, el Museo de Kioto y, lo más importante, la Toei y la Shochiku in person, que, entre todos, dan forma al inmenso archivo de la filmoteca de Kioto que gestiona la Japan Fundation. ¿Y qué significa esto? Pues copias en celuloide perfectamente conservadas y subtituladas al inglés de clásicos del cine japonés que raramente se ponen a disposición del espectador. Tened en cuenta que aquí no hay una filmoteca con programación diaria como puede haber en las grandes ciudades de España y si alguien quiere ver clásicos en pantalla grande se tiene que conformar con los poquitos cines de reestreno de la Toei que quedan, con copias gastadísimas, condiciones de imagen y sonido de pena y vecinos de butaca de cigarrito en mano y lata de sake o café que van para pasar la tarde y protegerse del frío. Para un día o dos la novedad mola, pero luego desmotiva un pelín.
Este año, en el Historica, han hecho un ciclo sobre Tai Kato, uno de esos maestros del cine japonés que siempre quedan ocultos bajo la insistente y recurrida sombra de Kurosawa, Ozu y Mizoguchi. No voy a hablar sobre la vida de Kato, que para eso tenemos al experto webmaster de esta página de referencia que es Asiateca, pero sí hablar del empeño desde el propio festival de intentar hacer llegar el cine de este director a todas partes. Críticos y miembros del festival profesaban una contagiosa pasión hacia este director. Y después de ver tres de sus películas en dos brevísimas jornadas, les tengo que dar toda la razón.
El 1 de Noviembre, solo pude ver Fighting Tatsu, the Rickshaw Man (1964). La única sala del festival está en un anexo del Museo de Kioto. El tamaño de la sala es mediano, no es el Meliá ni una minisala de los Princesa, de las que sobran butacas en pases normales pero se quedan pequeñísimas en eventos importantes. Los asientos eran nuevos y muy confortables y el sistema de sonido sobresaliente. Y ojo a la proyección, pensaba que estaba viendo un DCP de esos restaurados en 4K tan de moda, pero no, era una copia en 35mm perfectamente conservada. Cómo se las gastan en los museos nacionales, así da gusto. Sobre la película, es una comedia romántica maravillosa entre un conductor de ricksaw y una geisha a la que se le añaden toques de cine yakuza. De hecho, el yakuza es el género donde Tai Kato más trabajó, y por eso tal vez de ahí vino su olvido en los manuales de historia del cine, escritos por insoportables eruditos que rechazan el cine de género. Después de la película, y como algo normal en ese festival, hubo una breve charla-coloquio del director del festival y un crítico de renombre.
Al terminar la sesión me tuve que volver a Osaka, pero antes aproveché para almorzar. El Museo de Kioto está entre la calle Oike y Sanjo, muy cerquita del mercado de Nishiki, una zona un poco difícil para encontrar menús del día a buen precio, porque suele haber restaurantes de sacarte los cuartos o puestos de comida del propio mercado. De camino a la estación de Karasuma encontré un izakaya con menú de mediodía a precios decentes. Me zampé un gyuu katsu teishoku, es decir, un filete de ternera empanado con su arroz, su sopita de miso y sus verduras encurtidas típicas de la región. Carne tierna y perfectamente empanada y frita. Creo que no pasó de 1.100 yenes.
El día 2 de Noviembre, madrugo para ver la sesión doble de The Lonely Yakuza / Kutsukake Tokijiro – yukyo ippiki (1966) y Red Peony Gambler: Oryu’s Return (1970).
En The Lonely Yakuza se cuenta la historia de un yakuza que no siente orgullo de serlo y que solo lo es cuando lo requiere la necesidad. Un día, acepta el encargo de un clan para matar a un hombre a cambio de techo y comida. Su contrincante será un hombre de gran honor pero perderá ante Tokijiro. Antes de morir, le pedirá que salve a su mujer e hijo de correr su misma suerte. Y eso hace. Lo que pasa es que, por el camino, y como el que no quiere la cosa, terminará enamorándose de la mujer cuyo esposo él mismo ha matado. Intentará llevar una vida humilde y digna con esa nueva familia, pero ante la adversidad, no dudará en volver a usar la espada por dinero si con eso consigue salvar a sus seres queridos. Si no la habéis visto, ya estáis tardando en buscarla. Después de la película hubo otra charla coloquio donde el crítico Sadao Yamane, experto en Tai Kato, que presume de haber presenciado sus rodajes, como si de un Carlos Aguilar con Jesús Franco se tratara, se dedicaba a dar detalles de la forma de trabajar de Kato. El hombre se enrolló como una persiana y solo dejó una hora escasa de pausa hasta la siguiente proyección.
Para el almuerzo, como el día anterior había comido demasiada fritanga, opté por buscar algo más ligerito pero manteniendo un precio asequible. En una cafetería pseudo-bohemia, kitch, sin gusto en lo decorativo, para clientes casuales, me tomé un omuraisu de pollo que resultó estar delicioso. Lo normal es que usaran ketchup baratuno para la salsa del arroz, pero optaron por aderezarlo con una salsa de tomate que, si no era casera, era de una marca muy acertada. Se acompañó de una ensalada de col con salsa de sésamo y una sopita de wakame. Todo por 800 yenes. De ahí me acerqué a un combini a tomarme un café expreso con leche para llevar por 150 yenes. Desde hace unos años, se han extendido las máquinas de expreso para las tiendas 24 horas que te muelen el grano y te ponen el café con leche en su punto de espuma que ríete de las mierdas que te ponen en el Starbucks a precio de scort.
Y llega mi última película del festival, Red Peony Gambler: Oryu’s Return (1970), sexta película de la serie que argumentalmente iría un poco después de la tercera. En este capítulo se le darían vacaciones a Ken -EL Hombre- Takakura y vendría ese peaso de monstruo del cine yakuza y ese Tora San pervertido en las de Torakku Yarou que es Bunta Sugawara.
Solo había visto la primera película hace un par de años, y aquí se nota que es la sexta de la serie, ya con la protagonista totalmente perfilada y unos secundarios que mantienen la complicidad de entregas anteriores, complicidad compartida con los espectadores y que yo pude deducir de alguna manera. Y me dio rabia no saber pillar ciertos guiños, así que me voy a ver la serie entera, que de lo que estoy seguro es de que no va a ser una pérdida de tiempo. Esta también estaba dirigida por Tai Kato, y si algo hay que agradecerle a este director, es el mimo que ponía para que Junko Fuji apareciera más bella que en entregas firmadas por otros directores. Menos maquillaje, para alejarla del teatro kabuki y darle una belleza más realista, y unos primeros planos que hacen tambalear cualquiera.
Esta sesión estaba inusualmente llena, y es que se había invitado a los participantes del Kyoto Filmmakers Lab, unos talleres de cine que giran alrededor del jidai geki y el chanbara y donde se becan a una veintena de nuevos realizadores de todo el mundo. Al final de la proyección se daría paso al denominado Talk Battle, lo que en España sería un cineclub de toda la vida, es decir, ponentes y público discutiendo y comentando sobre la película vista. Pero es que en Japón son así, muy paraditos para esas cosas. Normalmente suele hablar solo el ponente y los demás escuchan. Lo de debatir se lleva poco y cuando se hace parece todo un evento. En este caso en concreto, el sistema era que los participantes del workshop dieran su impresión de la película y los ponentes, entre los que repetía el erudito Sadao Yamane, contestarían o aclararían dudas.
Todos se esperaban que los chavales de los diferentes países enriquecieran a los demás asistentes con sus impresiones e ideas desde un punto de vista internacional, pero nada más comenzar la charla, se le dio la palabra a una joven participante japonesa. Comentó que la acción de la película no le había parecido creíble, que los adversarios de Oryu nunca parecían realmente peligrosos y que Junko Fuji no parecía una mujer fuerte como lo había sido Sarah Connor en Terminator 2 (sic). Todos se quedaron con una gota gigante colgando de la frente. No sabían si ignorarla o meterle una hostia, pero contestaron la obviedad de que había que tomar la película en perspectiva de los tiempos en los que se estrenó y alabaron, muy sensatamente, la actuación de la Fuji. Otro participante preguntó si este caso de mujer luchadora como protagonista era algo poco usual en Japón, a lo que respondieron que mujeres luchadoras llevaban protagonizando películas desde los tiempos del cine mudo. Siguió la ronda de comentarios intrascendentes hasta que un participante indio por fin comentó aspectos técnicos sobre ángulos de cámara y tipos de lentes que hizo que los ponentes se animaran un poco. Eso me hizo pensar si era buena idea poner a chavales de menos de treinta años, así por las buenas, una película de género que a su vez era parte de una serie hecha para su exhibición en programas dobles y triples, si iban a poder apreciar de primeras y sin acostumbrar el cuerpo semejante tesoro. Pero, pensándolo bien, es una decisión muy valiente y agradecida. Es tan poco común que organismos públicos y de “alta cultura” dignifiquen el cine de género de esta manera que no me queda más remedio que admirar el empeño y buen hacer este festival.
Y aquí se acabó todo para mi. Aún quedaban varias jornadas por delante para el goce y disfrute de visitantes y vecinos de Kioto. Espero que el año que viene vuelva a haber una retrospectiva igual de interesante y que me pille con tiempo libre para disfrutar a tope de este regalito que es el el Kyoto HISTORICA International film festival. ¡Hasta la próxima!.
Redactor: Fernando DeMontre.
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