Comenzamos nuestro paso por la decimosexta edición del Festival Nits de Cinema Oriental de Vic el mismo lunes día 15, donde se realizaba el acto de presentación del mismo en el patio del Seminari de Vic, con la asistencia de patrocinadores, invitados, prensa y público general que se acercó al evento. En esta gala pudimos disfrutar de un concierto del grupo local ZAO, diferentes exhibiciones y de la presencia de la actriz tailandesa Jeeja Yanin, que recibía le premio de honor en el festival y de paso nos presentaba la que fue su primera película, que se proyectaría a continuación, Chocolate.
El cine de acción tailandés siempre ha estado ahí, pero tuvo su edad de oro a nivel internacional a partir de principios del siglo XXI, sobre todo con la espectacular Ong-Bak, dirigida por Prachya Pinkaew. En esta película Tony Jaa, bajo las ordenes del coreógrafo y especialista Panna Rittikrai, demostraba de todo lo que era capaz delante de las cámaras, dejándonos luchas increíbles. Poco después de su estreno en 2003, Pinkaew y el propio Rittikrai comenzaron a preparar una nueva película buscando una protagonista femenina, y al final la elegida fue Jeeja Yanin, que había estudiado ballet y Taekwondo. Durante los siguientes dos años la actriz aprendería Muay Thai y finalmente Chocolate vería la luz en 2008.
Aquí Yanin interpreta a una chica con problemas de autismo que por su afición a las películas de Bruce Lee y Tony Jaa, termina siendo una experta en artes marciales. Su madre estuvo relacionada con diferentes mafias locales y al final la chica tendrá que dar rienda suelta a sus habilidades de forma dura y contundente. Y la cosa no va mucho más allá, porque aquí lo principal son las excepcionales coreografías de acción que Yanin y los diferentes stunts realizan de forma espectacular, sobre todo teniendo en cuenta la juventud de la actriz y que era novata en el mundo del cine. La película es de esas que hoy en día sería muy complicado rodar de nuevo, con stunts cayendo con mínima protección por la fachada de un edificio… es de esa acción que duele, dura por lo realista, sin trampa ni cartón.
Aún hoy es una cinta no solo válida, sino imprescindible para todos los aficionados al cine de acción marcial.
Al día siguiente nos incorporamos directamente a la sesión de la retrospectiva Thai Action, que nos propone un viaje por el cine de acción tailandés que comienza por el principio, con la película de 1984 Born to Fight, una de las primeras películas protagonizadas y dirigidas por Panna Rittikrai, y que ha tenido diferentes revisiones a lo largo de los años. Durante la década de 1980 y 1990 buena parte de este tipo de cine de acción tenía una vida bastante limitada, se estrenaba principalmente en zonas rurales para clases bastante bajas, se disfrutaba y se abandonaba, estando muchas de estas películas prácticamente desaparecidas hoy en día. La que vimos era una de las escasas copias de Born to Fight que se conservan, en 4:3 y procedente de alguna televisión, según comentaba Domingo López en su presentación.
En la cinta Seung Tung, yerno de un poderoso capo de la mafia de Hong Kong, está robando dinero del clan delictivo. El abogado de la familia lo descubre y es amenazado por una banda de asesinos marciales. Un policía y artista marcial llamado Tong tendrá que buscar al abogado para que regrese con vida a Hong Kong, pero a todo esto aparecerá otra persona casi igual a él, desatando los malentendidos.
Mas allá de la poca calidad de la copia que pudimos ver, cosa comprensible dadas las circunstancias, este es un ejercicio plenamente dedicado al lucimiento de Rittikrai, que intenta construir una película con cierto aire al cine hongkonés de Jackie Chan o Sammo Hung, con una larga escena de introducción donde va presentando diferentes estilos de lucha, o coreografías que juegan un poco con el entorno, con ciertos momentos de humor. Volvemos a ver aquí golpes que duelen, duelen mucho, duros y terribles por momentos. Es inevitable pensar que más de un hueso o cabeza se rompieron en esas caídas, espectaculares y directas. Ya en lo referente a como esta grabada la película la cosa es diferente, hay un personaje humorístico, típico en aquellas cintas, que enerva más que acompaña, y se usan las cámaras lentas de forma muy extraña. A ojos actuales la película no ha envejecido nada bien, pero sus combates si que merecen la pena.
Ya en la primera sesión de la tarde nos disponemos a ver The Road not Taken de debutante Tang Gaopeng, que también firma el guión. La película venía de ganar el Asian New Talent Award en el Shanghai Film Festival, y fue una de las cintas que más me gustaron de todo el festival, junto con las dos que finalmente se llevaron los premios del jurado.
En pleno desierto del Gobi nos encontramos a Yong, un granjero y criador de avestruces con no demasiadas luces que debe mucho dinero a la mafia local y sigue contactando con su esposa a pesar de llevar años divorciados. Estas deudas hacen que deba cuidar a un chaval que le traen los pandilleros, que resulta estar secuestrado, pero finalmente terminará queriendo ir a ver a su mujer y llevándose al crío con él. Por el camino conocerán a Mei, una camionera con malas pulgas que esconde su propia historia.
Concebida como una especie de comedia, esta es una de esas películas que gira por diversos géneros y estilos, teniendo como nexo común sus dos personajes principales, el granjero y el crío, y en menor medida la camionera. Estos personajes mantienen buena parte de la fuerza de la película, con un guión que puede girar por derroteros insospechados y unas localizaciones que no ofrecen una especial sensación de esperanza: el duro paisaje del desierto del Gobi, las entrañas de una ciudad rural o la mina abandonada en que que discurre su tramo final. Esta película hace honor a su nombre y nos propone seguir las decisiones de sus personajes, las que han tomado, las que toman y las que no, los caminos que pueden llegar a explorarse y los que no, y las consecuencias que pueden acarrear todos ellos. La vida es un cúmulo de decisiones y todas ellas construyen nuestras circunstancias, incluso las que no tomamos nosotros mismos pero nos afectan de formas insospechadas.
La siguiente película que pudimos ver en el Cinema Vigatá fue Homestay, adaptación tailandesa del conocido manga Colorful de Torajirō Kishi, que también tiene adaptación en animación de la mano de Keiichi Hara. La cinta se presentaba como “de los productores de Bad Genuis” -excepcional producción sobre como copiar en los exámenes que sorprende por su calidad-, aunque su director, Parkpoom Wongpoom, viene del mundo del cine de terror. Al final resultó ser bastante decepcionante.
La cosa empieza en tono de terror con un joven levantándose de la habitación de un hospital cuando debería estar muerto. ¿Como es eso posible? Pues pronto descubrirá que tiene una segunda oportunidad, debe encarnar a un joven que ha intentado suicidarse y descubrir el por qué, entonces podrá ser libre de volver a la vida. Y así comienza una historia que mezcla el descubrimiento de sus propias circunstancias y todo lo que rodea la vida del joven.
Ya escribimos sobre la adaptación del anime de Colorful cuando la vimos en el Festival de Sitges, una obra que me encanta por como está hecha y resuelta. Aquí el fondo es el mismo, pero la forma es lo que no me termina de convencer. Digamos que la película no es para nada homogénea en como trata las diferentes partes de si misma -es difícil de explicar, pero lo intentaré-. Comienza en un tono de terror con tintes de ciencia ficción, con un despliegue de medios bastante elevado, para luego pasar a ser una especie de tierna comedia de instituto, donde el chaval ira descubriendo la vida del joven suicida. Cuando la película intenta ser romántica, es extremadamente romántica, usando todos los arquetipos, tanto visuales como sonoros, de este tipo de cine. Cuando gira hacia el thriller, al intentar descubrir por qué se ha suicidado el muchacho, todo es muy thriller, cambia la música, el aspecto visual e incluso el carácter del personaje principal. Lo mismo ocurre con el drama y otros momentos del film, todo queda demasiado extremo en función de lo que se quiera representar en pantalla, como trozos unidos que parecen tener poca homogeneidad unos con otros. Quizás solo fui yo, pero esa sensación de llevarlo todo al extremo hizo que no me llamase especialmente la atención.
Y para terminar esta intensa primera jornada de festival, en los tradicionales pases al aire libre de la Bassa proyectaban la cinta tailandesa The Pool, bastante promocionada por el festival. He de reconocer que debido a donde fuimos a cenar no llegamos a la proyección, pero después de ver la película por otros medios comentaré mis impresiones.
La cosa comienza con la grabación de un anuncio en una piscina de salto de trampolín que está prácticamente abandonada. Day pertenece al departamento artístico y tras terminar el rodaje queda encargado de cerrar la piscina ya que su amigo se va de viaje durante unas semanas. Entre unos y otros el tipo se queda dormido mientras se baña y al despertar la piscina ya ha comenzado a vaciarse, no pudiendo alcanzar el borde y quedándose atrapado dentro.
A partir de aquí el guión es un compendio de “Leyes de Murphy” que dicen que lo que pueda salir mal, saldrá mal. Un guión ridículo ya en sus primero minutos donde todo parece moverse a base de casualidades inverosímiles que provocan que pasen cosas, sin importan demasiado lo que hagan los protagonistas. Porque a Day se le unirá Koy, su chica, y su perro, que está atado fuera de la piscina, y un cocodrilo que se ha escapado de algún sitio… todo pasa por pura casualidad y como no entres en el juego, la ridiculez surrealista de muchas de las situaciones te darán ganas de quitar la película y ponerte a hacer algo más provechoso. Si a esto unimos un tramo final donde pasan un par de cosas que directamente me hicieron ponerme de muy mal humor… pues que queréis que os diga.
Solo hay una cosa capaz de salvar esta película, verla con amigos y alcohol, o cualquier sucedáneo que haga anteponer la diversión a la lógica más mínima. En la Bassa el ambiente de festival y risas acompañaba el pase, estoy seguro, pero en casa esto no hay por donde cogerlo, ni siquiera en el sentido irónico.
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