El universo terrorífico de la Shaw Brothers. Un insólito mundo poblado por fantasmas, magia negra, monjes taoístas, duelos imposibles entre hechiceros y, en muchas ocasiones, Tailandia como exótico origen de la maldad. Todo un shock para el que estuviera acostumbrado al tipo de cine con el que más se les asocia en occidente: cuidadas producciones de artes marciales y elegantes wuxias (y todo ello pese a que en realidad el estudio tocó todo tipo de géneros). Sin duda, el mayor exponente de este terror shawiano es Kuei Chih-Hung (Hong Kong, 1937). Aunque tocó también otros géneros (en una vertiginosa carrera de unos 37 títulos en tan solo 15 años) como el relato criminal de ambientación contemporánea (Godfather of Canton, 1982), la comedia o el wuxia (como la espídica y violenta Killer Constable, de 1980), es en el ámbito del terror donde algunos más le recordamos, habiendo realizado una serie de títulos en los que demostró moverse con total soltura e incluso me atrevería a decir con elevado disfrute. Nuestro director sabía cómo manejar una serie de recursos para acrecentar la sensación de incomodidad en el espectador, a lo que se sumaba una selección de argumentos extremadamente escabrosos, incluso más aún de lo que se podía ver en otros filmes terroríficos de la casa. Inusuales enfoques de cámara, experimentos con la fotografía, juegos de colores (como el empleo de verde para identificar la maldad o lo ominoso), efectos ópticos… todo al servicio de perturbar a la audiencia de sus films. Haremos un rápido repaso por la filmografía de este director dentro del horror, dejando de lado películas que combinan terror y comedia y centrándonos tan solo en lo primero.
El primer film suyo que nos consta es Ghost Eyes (Gui yan 1974). El argumento, de entrada, nos hace creer que nos vamos a encontrar un relato ectoplásmico al estilo de la posterior The eye (2002), de los hermanos Pang, cuando un hombre le implanta a una joven unas lentillas que le permiten ver entes fantasmales. Pero la cosa se enturbia cuando se descubre que este hombre es realmente un fantasma que desea abusar de ella sexualmente y, a continuación, utilizarla para obtener más víctimas femeninas. Pese a sus intentos para librarse de él (monjes taoístas incluidos, que estamos en China, no en USA), la situación se va volviendo cada vez más pesadillesca e irrespirable hasta llegar a la resolución final. Su logrado clima asfixiante nos avisaba de que estábamos ante un autor a tener en cuenta.
The killer snakes (She sha shou, 1974), su siguiente entrada en el terror, venía a ser un Willard (o La revolución de las ratas, como se tituló en nuestro país), de 1971, que sustituía a ratas por serpientes. En The killer snakes, el protagonista es un joven tímido, ingenuo, que sufre acoso, le roban y las cosas no funcionan con su novia. Descubre que siente una afinidad especial con las serpientes a las que utilizará para vengarse de todos aquellos que le han ido martirizando a lo largo del film. Entre el sadismo de los asesinatos (atención a la angustiosa escena de la muerte de una mujer, lagarto mediante), la suciedad de los escenarios, la oscura fotografía, cómo la cámara se recrea en las secuencias de los crímenes, la abundancia de desnudos (incluyendo secuencias de bondage) … hacen todo ello del film un título especialmente sórdido.
Su siguiente título, Spirit of the Raped (Suo ming, 1976) se concentra en el, aparentemente, mismo objetivo de tratar de revolver las tripas del espectador. Una mujer decide suicidarse para cometer venganza desde ultratumba, tras una serie incontable de desgracias que le suceden una detrás de otra (que van desde el asesinato de su prometido hasta ser obligada a prostituirse). Y la venganza no tiene desperdicio, con una colección de métodos de matar a cada cual más truculento: extracciones de ojos, líquidos viscosos, repugnancias varias… Un viaje excesivo, delirante y, realmente, muy divertido en el que terminas deseando que cada muerte sea más atroz que la anterior.
Su siguiente incursión en el terror vendría con Hex (Xie, 1980), saltando a un rodaje en decorados cerrados y en la cual Kuei Chih-Hung parece más decidido a cuidar escenografía y fotografía. La historia es una clásica historia de venganza de ultratumba, esta vez desde el punto de vista de los justiciables, con algunos elementos truculentos, aunque sin llegar al nivel de la anterior. Aquí juega más a sorprender al espectador con los giros de guion y cuenta, en el tercio final, con un ritual de exorcismo ciertamente llamativo y difícil de olvidar, a manos de una chica que efectúa un baile totalmente desnuda. Abandonando en parte las truculencias y orientándose más hacia lo atmosférico y sugerente, un nuevo título muy recomendable.
Con Bewitched (Gu, 1981) entramos en ese terreno que tanto nos gusta de magia negra. Y es que aquí no falta de nada: Tailandia como cuna del mal, magia negra, rituales, duelos de magia, desnudos, repugnancias varias (ay, esos pasos que hay que cumplir en los rituales) … ¿La excusa argumental? Un hombre que asesina a su hija poseído por un espíritu maligno y un policía que investiga el caso acaba siendo también poseído; momento en que entrará en juego un monje para combatir contra ello y contra el monje culpable de las posesiones. Pura diversión, aunque la posterior The boxer’s omen la hace perder mucho en comparación.
Ese mismo año, Kuei Chih-Hung nos entregaba Corpse Mania (Si yiu, 1981) que se sumergía en un terreno tan pantanoso como la necrofilia y nos relataba los supuestos crímenes de un necrófilo. Como en Hex, vuelta a los decorados y a una ambientación más trabajada. Aunque aquí juega con el despiste, ya que lo que arranca como una escabrosa historia sobre necrofilia (atención al repugnante momento del cadáver recubierto de gusanos), pasa a convertirse en un relato criminal de misterio, donde el enfoque dado a la plasmación de los crímenes (resaltando siempre la mano y el cuchillo del asesino y la fantasmagórica y atmosférica fotografía) lo ubica más bien en los terrenos del giallo italiano. Todo lo cual convierte a este film en un sugestivo relato de misterio, donde, como en cualquier buen giallo, tan importante son sus crímenes como la sorpresiva revelación del asesino.
Al año siguiente realizó Curse of Evil (Xie zhou, 1982), tal vez una de sus películas más caóticas y desmadradas argumentalmente, acerca de cómo una familia sufre de una maldición y no paran de sucederle eventos extraños, mientras asistimos al comportamiento de los familiares en que cada uno puede competir en mezquindad con el de al lado. Realmente cuesta tomarse en serio esta película, con ranas monstruosas asesinas y monstruos pringosos violadores y con unos plot twists loquísimos. Es por ello que nos cuesta valorar el film como una pieza de calidad, aunque sí es cierto que se trata de una película muy divertida, que no deja instante para el aburrimiento.
La última película de nuestro director dentro del horror es también su más recordada y casi con seguridad la mejor. The Boxer’s Omen (Mo, 1983) viene a ser una especie de continuación de Bewitched (arranca con la escena final de esta) y se mueve en los mismos terrenos de magia negra. Todo arranca con un hombre que viaja a Tailandia para vengar a su hermano que quedó paralítico durante una pelea de muay thai (frente al mismísimo Bolo Yeung). El film acaba convertido en un viaje psicotrópico inundado de escenas con ritos budistas, magia negra, rituales mágicos con detalles repugnantes (esa comida masticada que se pasa de boca en boca…), duelos mágicos, criaturas extrañas, momentos de verlo para creerlo, atmósfera irreal… Todo un tour de force que parece el producto de un consumo exacerbado de drogas, fascinante y que mantiene al espectador con los ojos pegados a la pantalla, incapaz de apartar la vista. Un film único y alucinante.
Por desgracia fue su último film de terror y, según las fuentes consultadas, su penúltimo film, ya que en 1984 abandonaría la dirección. Aparentemente, se fue a vivir a Estados Unidos para disfrutar de su retiro y moriría en 1999 a los 62 años.
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