Publicamos hoy la tercera entrega de las crónicas “asiáticas” que nos acerca David Garrido en riguroso directo desde el Sitges Film Festival, crónicas en las que nos presenta dos nuevas producciones, la curiosa cinta rusa Ich-Chi y la última obra hasta la fecha del director indonesio Joko Anwar, la tremenda Impetigore.
ICH-CHI
Kostas Marsaan, Rusia, 2020 – Nuevas Visiones
¿Qué pinta una producción rusa en la cobertura destinada al cine asiático presente en esta edición de Sitges 2020? Vale, reconocemos que hacemos algo de trampa, pero la culpa no es nuestra sino de la programación de este año, que ha reducido la presencia del cine asiático a mínimos históricos, algo ciertamente extraño incluso para un año tan peculiar como este maldito 2020 en un certamen que en años anteriores tenía motivos para sentirse orgulloso de traer una representación numerosa y variada de títulos. Pero es que este año si quitamos los tres títulos indonesios y los de cine de animación, nos quedamos casi en nada, así que tiramos de imaginación – o manga ancha o morro, lo que prefieran – para rascar como asiático un título como Ich-Chi con la débil excusa que tiene la particularidad de estar ambientado en la provincia de Yakutia y por habitantes de aquella provincia.
Yakutia es, como sabe todo buen aficionado al Risk, ese territorio pegado a Kamchatka, justito antes de llegar al estrecho de Bering, es decir, geográficamente asiático aunque políticamente sea parte de la madre Rusia. De esa zona es originario su director Kostas Marsaan y de la diversidad racial y cultural de esa zona en lo más septentrional de Rusia da buena cuenta la familia protagonista de la película, que vive en una apartada granja a la que regresa el hijo mayor con su esposa y su propio hijo, que se trasladó hace unos años a la ciudad y al que los negocios no le han ido bien. Su idea es convencer a sus padres para que vendan la granja familiar y le ayuden así a pagar sus deudas, ante la mirada impotente y frustrada del otro hijo de la familia, el hermano menor Aisen, que es quien se quedó con los padres y que aun así no tiene ni voz ni voto en este tema… pero sí su propia opinión sobre el inútil del hermano y su bella esposa, que además parece inclinarse por buscar más su compañía que la de su marido, pues Aisen tiene un corazón noble y una forma de ser tranquila que parecen despertar el interés de ésta. Mientras la tensión entre los hermanos va creciendo, los celos también y los padres deciden qué hacer, la película va abocada hacia un drama familiar en la que, de repente, se incrusta con enorme fiereza el elemento fantástico, haciendo que todo salte por los aires
¿He mencionado ya que la familia es de etnia asiática, salvo la mujer del hermano mayor, que es una belleza caucásica rubia de ojos azules? ¿no? Pues tomen nota porque la cosa tendrá su importancia… el caso es que poco a poco vamos descubriendo los secretos del pasado de esa familia y lo más importante, de ese lugar despoblado porque muchos siglos atrás, ocurrió una gran desgracia que hizo que mucha gente lo abandonara, aunque con el paso del tiempo, algunos decidieron volver. Y cuando lo hicieron, pues allí seguían los fantasmas de lo que ocurrió entonces, esperándoles sin importarles el tiempo transcurrido. Ich-Chi se revela así como una historia de fantasmas, espíritus y posesiones, pero tamizada por un folk horror muy particular en el que entran en luego las peculiaridades culturales de aquella zona del mundo. De hecho, el Ich-Chi del título es tradicionalmente un espíritu protector, convocado para proteger a la gente de leyendas malvadas como el Alaa Mogus, aunque a veces se vea impotente para detenerlo. Y un elemento importante es que la misma tierra que todos pisan se conjura para evitar que sus habitantes la abandonen, poniendo todo tipo de trabas a los intentos de escapar de ella.
Ich-Chi es una película cuanto menos curiosa en su mezcla de drama familiar e historia de espíritus encabronados del pasado, por cuanto resulta muy interesante la forma elegida por el director para introducir ese elemento fantástico a raíz de una serie de desgraciados acontecimientos y como todos esos pequeños dramas y enfrentamientos familiares que se han ido cociendo a fuego lento en la primera mitad de la película se desbordan en un festival de posesiones cruzadas, calaveras que rondan por el suelo, rituales antiquísimos de los que somos testigos como si estuvieran pasando allí mismo y una ceremonia de la confusión espacio-temporal generalizada que aunque a alguno pueda no resultarle convincente, en opinión de este cronista juega a favor de una historia en la que el caos y el desconcierto están obligados a reinar en una historia que se vuelve progresivamente más y más salvaje hasta llegar a un climax – algunos dirían anticlímax, más bien – desoladoramente triste y amargo que Marsaan resuelve con elegancia dejándonos un nudo en la garganta. Una película que explora caminos conocidos desde ángulos quizás poco transitados y que tiene perfecto encaje tanto en Nuevas Visiones como, por los motivos étnicos y geográficos ya expuestos, en estas crónicas asiáticas.
IMPETIGORE
Joko Anwar, Indonesia, 2020 – Panorama Fantastic
Pocos arranques mejores de una película hemos visto en esta edición de Sitges que la de la última y esperadísima propuesta del indonesio Joko Anwar. Dos chicas, Maya y Dina, hablan de sus cosas mientras trabajan en sus respectivas cabinas de peaje situadas en una tranquila autopista por la que no transitan apenas coches. Maya está aislada y sola en su cabina, mientras Dina, en otro lugar de la autopista, tiene a un compañero cerca. De repente Maya empieza a hablar de un coche extraño que cruza a menudo por su peaje y del que sospecha que su conductor está interesado en ella, y no por buenos motivos precisamente. Mientras su amiga Dina trata de quitarle hierro al asunto, el misterioso coche aparece y tras cruzar el peaje y ponernos los pelos de punta con un comportamiento bastante creepy de su conductor, el tipo para el coche poco después y se dirige lentamente hacia la cabina… machete en mano. Maya empieza a gritar y Dina empieza a pedir ayuda.
Con esta escena de brutal y creciente tensión, de lo mejor visto este año, arranca Impetigore, una historia de maldiciones y pasados que habría sido mejor dejarlos donde estaban servida con elegante eficacia por parte de un Joko Anwar que se lo va a pasar en grande durante el resto de la película llevando a sus dos protagonistas a un villorrio perdido en las montañas – recuerden que Indonesia es ese país de 240 millones de habitantes de mayoría musulmana pero en el que hay también cristianos e hinduistas, además de por supuesto muchos practicantes de religiones casi olvidadas que se reparten en más de 17.000 islas – en el que pretenden reclamar la supuesta herencia familiar de una de ellas, una opulenta mansión abandonada y no reclamada por nadie en décadas y descubrir de paso lo que ocurrió con sus padres, por qué la abandonaron con su tía cuando era pequeña. Todo eso en un pueblo donde los locales no miran con demasiados buenos ojos a los extraños – más aun a dos urbanitas recién llegadas y desconocedoras de sus costumbres – y donde extrañamente, no parece haber niños y sí un montón de pequeñas tumbas y muertes de recién nacidos difíciles de explicar ¿Qué podría salir mal, verdad?
Impetigore es, digámoslo ya abiertamente, una película estupenda en la que Joko Anwar se divierte muchísimo jugando con las expectativas de los espectadores. A diferencia de su alocado guión para la versión de Queen Of The Black Magic de Timo Stamboel que ya comentamos en la primera de estas crónicas, aquí Joko juega al despiste pues aunque amaga con tocar el género de las casas encantadas y pobladas de espíritus por momentos, lo cierto es que el terror de la cinta viene de los propios lugareños y su lucha contra una maldición que les persigue desde hace décadas y a la que creen que podrán ponerle fin gracias a la ‘colaboración’ de las recién llegadas, lo que nos sitúa en unas coordenadas del relato bastante diferentes. Aquí el folk horror sigue teniendo que ver con la magia negra, las maldiciones y algunos fantasmas, pero es el fanatismo ciego del personal el que afila los machetes y pone los pelos de punta. Joko Anwar construye un relato tenso y muy siniestro, que hunde sus raíces hasta el pasado colonial de la isla e introduciendo un elemento muy querido por los amantes del género como es el Wayang o los títeres tradicionales indonesios – uno de los jerifaltes del pueblo es un experto en la materia – que aquí tienen una doble vertiente muy curiosa: por un lado le permite a Anwar utilizarlos como si de un cine cualquiera se tratara, como elemento de cohesión de la comunidad que se reúne alrededor del espectáculo para disfrutar de una historia, en uno de los planos más hermosos de la película. Por otro, Anwar le da un giro particularmente malsano a este concepto del Wayang tradicional y lo une con otro de los temas estrella del terror indonesio: la maldición como herencia.
Impetigore es en líneas generales una muy sólida y entretenida propuesta, incluso cuando Anwar se va por su lado más juguetón e introduce esos característicos golpes de humor para rebajar la creciente tensión que genera en el espectador – lo del choque cultural inicial entre las dos urbanitas y los elementos rurales de ese villorrio perdido en las montañas da muchísimo juego en ese sentido – o se va por el lado más propio de culebrón de telenovela en un tramo final – que también lo tiene, y no se corta un pelo en utilizarlo hasta sus últimas consecuencias – algo desmadrado pero bastante satisfactorio. Se supone que de las tres indonesias de este año, Impetigore era ‘la buena’. Nos falta comprobar lo que nos ofrece Timo Tjahjanto en su May The Devil Take You Too, secuela de su primer gran éxito en solitario tras el paréntesis que supuso The Night Come For Us. Aun nos quedan demonios indonesios para disfrutar por delante. Pero es difícil que se encuentre una escena mejor que la del peaje de la autopista que abre esta Impetigore. Sublime.
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