Periódicamente el cuerpo me pide volver al cine clásico japonés de Yakuzas, a sus luchas de clanes, sus interminables relaciones de hermandad y jerarquías, sus venganzas de honor, su visceralidad… Ya sea Ninkyo, Jitsuroku o ciertos exponentes del Nikkatsu action de producción rápida y acabado maravilloso, nunca me cansaré de este tipo de historias. Para los profanos en la materia, y sin animo de profundizar demasiado, aclarar algunos conceptos. El Ninkyo eiga es la denominación que tradicionalmente se le da al cine sobre la yakuza “romántica”, ese cine que proliferó en la pos-guerra hasta comienzos de la década de 1970 y que nos mostraba la yakuza como herederos de los samuráis, regidos por el honor, la lealtad y la convivencia. En este tipo de cine muchas veces los enemigos no eran otros clanes Yakuza, sino políticos o empresarios corruptos y avaros que oprimían al pueblo, siendo el Yakuza el garante de su comunidad y quién debía saltarse la ley por un cierto bien común. En este tipo de cine no veíamos sangrientas reyertas fratricidas, a los pandilleros en plena acción de extorsión o delincuencia… aquí se gestionaba el héroe clásico en la figura de un maleante con principios, que muchas veces se movía hacia la venganza por las afrentas pasadas, no por el ansia de poder o dinero.
Conforme finalizaba la década de 1960 este tipo de cine fue mutando, movido por la propia inercia social del momento, hacia algo mucho más realista, el Jitsuroku eiga, un cine que perdía el romanticismo de antaño en pos de las luchas de clanes, la violencia de los apuñalamientos, los tiroteos en plena calle y las luchas de poder. Su grabación, en buena parte culpa de la visión del director Kinji Fukasaku, se adentra en las lindes del documental, con una acción de cámara en mano y numerosas narraciones en off sobre conflictos, rencillas y jerarquías familiares, muchas veces basadas en casos reales. Para muchos, el Ninkyo se terminó cuando Junko Fuji cierra la saga Red Peony Gambler a comienzos de la década de 1970. En aquel entonces, incluso actores de la talla de Koji Tsuruta ya comenzaban a pasar desapercibidos debido al declive del género. Los tiempos estaban cambiando.
Ya hablamos un poco de Simpathy for the Underdog, dirigida también por Kinji Fukasaku y protagonizada por Koji Tsuruta, en una de las charlas cinéfilas en directo que tenemos montadas en el Kwoon de Media Tarde. Esta es una cinta curiosa por andar un poco entre dos mundos, entre estas dos vertientes del cine Yakuza. Aquí les dejo este programa para que le peguen un vistazo, que hablamos de muchas cosas, como siempre.
Kinji Fukasaku ha ofrecido los mejores exponentes de Jitsuroku cinematográfico, siendo su magna obra Battle Without Honor or Humanity una de sus sagas más conocidas, compuesta por 5 películas y diversos spinoffs y continuaciones. Pero el que quizás es el epítome de este tipo de cine violento, pandillero y lleno de corrupción es la cinta que quiero presentarles hoy, Cops vs. Thugs.
Cops vs Thugs afirma basarse en hechos reales aunque nos sitúa en la ciudad ficticia de Kurashima a comienzos de la década de 1963. En su primera escena veremos a los típicos jóvenes pandilleros preparándose para un ataque y a un tipo que a base de golpes los pone en su sitio. Ese tipo, que se comporta como otro Yakuza más, es Kuno, oficial de policía y amigo de Hirotani, uno de los jefes Yakuza que quedan en la ciudad y se ha librado del acoso policial. A base de la ya conocida introducción en off tan típica del cine de Fukasaku, nos pondremos en antecedentes sobre como varios políticos son también exyakuzas y todo el tejemaneje previo.
A partir de este momento veremos como las riñas crecientes entre Hirotani y un clan rival llevan a la policía a montar una operación de limpieza, pero no os penséis que esto va de buenos contra malos, ni siquiera de malos contra peores. Aquí no hay héroes con los que empatizar. La yakuza juega con unos terrenos que serán la sede de una gran empresa y generarán buenos beneficios, los políticos quieren pillar tajada y se alían con unos u otros, haciendo además uso de la policía, policía que esta corrupta hasta la médula y toma partido, a base de métodos poco limpios, por unos o por otros.
En el papel protagonista de policía no especialmente limpio nos encontramos al grande entre los grandes Bunta Sugawara, asiduo de la obra de Fukasaku, personaje también capital en Battle Without Honor or Humanity, y uno de los rostros más reconocibles del cine criminal de la década de 1970. A este le acompañan otros rostros muy conocidos del cine de Kinji Fukasaku, incluido Hiroki Matsukata como Hirotani -aunque se dice que este papel estaba pensado para otro grande del género, Tetsuya Watari-, el recientemente desaparecido Kunie Tanaka o una de las femme fatales por excelencia del cine de exploitation japonés, Reiko Ike.
Esta cinta es básicamente un desierto moral movido por el propio interés, un microcosmos donde todos parecen ser Yakuzas o ex-yakuzas -que mantienen ciertos traumas de la posguerra- y donde la policía es un equivalente institucional a los pandilleros, enfangando incluso a los que deberían venir a poner orden. Su ritmo es frenético, algo farragoso en las relaciones pero bien estructurado, con sus momentos de violencia y giros interesantes, sobre todo a partir de la segunda mitad con la aparición de un teniente de policía que resulta catártico, con un final brutal que nos hará pensar, y mucho.
En definitiva, una película tremenda y dura en muchos sentidos, un thriller criminal nihilista y espeluznante que resulta ser una joya del género.
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