Hace ya un par de semanas que finalizó la quincuagésimo cuarta edición del Festival de Cinema Fantàstic de Catalunya, Sitges 2021, una edición muy especial por ser mi vuelta a la presencialidad tras faltar el año pasado por la dichosa pandemia. He de reconocer que asistía escéptico por esto mismo, esa especie de fobia social que nos ha implantado toda esta situación que estamos viviendo, pero las ganas de retomar el pulso a un festival del tamaño y la potencia de Sitges, unidas a las ganas de reencontrarme con tanta y tanta gente que solo veo en este tipo de celebraciones, hicieron más fácil volver a estar al pie del cañón.
Tristemente esta era una edición donde el cine asiático no estaba tan presente como en años anteriores. En las secciones oficiales había un total de 17 producciones en total, sin contar Brigadoon, y lejos quedaron ya aquellos años en que podíamos hacer un Sitges de más de 30 películas asiáticas y que encima se nos quedaran algunas en el tintero por horarios -esperemos que esos tempos vuelvan-. Hemos echado a faltar el típico gran blockbuster coreano de acción o alguna propuesta de esas tan especiales de países como la India, pero dentro de lo que parecía una selección algo más genérica hemos encontrado una buena cantidad de cine bien interesante que comenzamos a repasar hoy.
Comenzamos nuestro Sitges con la película inaugural del festival, que no es asiática pero si que contaba con la presencia de la actriz coreana Jeon Jong-seo en la que es su tercera película tras la excepcional Burning de Lee Chang-dong y The Call de Lee Chung-hyeon, que podéis encontrar en Netflix.
Mona Lisa and the Blood Moon, dirigida por la estadounidense Ana Lily Amirpour, nos presenta a una joven con poderes de control mental que termina escapándose de una especie de manicomio, donde estaba recluida, buscando su libertad. En el camino se topará con una prostituta que vive con su hijo, a la que ayuda casi sin pretenderlo, que la acogerá ante la perspectiva de hacer dinero fácil con los poderes de la joven.
Según la propia directora una obra “inclasificable”, nos propone un viaje en busca de la libertad que adquiere su fuerza en como destila una cultura pop sucia y a la vez atractiva, en su intenso componente musical y su llamativo apartado visual. Sus elementos de género están bien puestos, si bien su guión general es más bien escaso y algo vacío. Algo para ver, para sentir, más que para seguir o comprender. Para mi fue una de esas películas que ves de forma tranquila, que te atrapan aunque no te estén contando nada especialmente novedoso o interesante.
Pero centrémonos en la parte asiática del festival, que para eso estamos aquí.
La primera cinta que pudimos disfrutar fue Pompo: The Cinéphile, obra animada dirigida por Takayuki Hirao, del que me encanta su adaptación del manga de Junji Ito Gyo -que también vimos en Sitges hace unos años-, basada en un manga de Shogo Sugitani que se editó directamente a través de la red.
Pompo es una joven productora de cine que ha heredado el emporio cinematográfico de su abuelo y lo dirige con su especial visión de como hacer una película. Como su ayudante tenemos un joven director frustrado que busca su oportunidad, oportunidad que le llegará en forma de proyecto estrella que deberá sacar adelante.
El manga original tiene el dibujo y la estructura del típico manga romántico orientado a chicas adolescentes, algo que hereda la película, sin embargo es sorprendente como se construye una autentica declaración de amor a la producción cinematográfica, y no solo a su parte mas romántica. En la película veremos toda la magia que supone crear una historia a la vez que todos los sacrificios que se deben hacer para llevarla a buen término. Esas escenas espectaculares que casi aparecen de la nada que luego deben quedarse en la sala de montaje, ¿Que se puede o no dejar atrás para que una película sea lo que el director quiere que sea?… Esta es una cinta deliciosa, emotiva y cargada de aspectos técnicos en su guión que uno no esperaría, pero que le otorgan una profundidad maravillosa y muy estimulante.
Nuestra segunda película asiática era una de las más esperadas, Cliff Walkers de Zhang Yimou, uno de los directores chinos más conocidos en occidente y que ya había pasado poco antes por el festival de San Sebastián con su película One Second, que fue la encargada de inaugurar el certamen.
Su guión nos sitúa en Harbin, al norte de China, a comienzos de la década de 1930. Cuatro agentes del partido comunista chino que han sido entrenados por los soviéticos deben llevar a cabo una misión y para ello deben infiltrarse tras la línea enemiga del estado títere local controlado por Japón. A partir de aquí Zhang Yimou construye un relato de espías y traiciones de corte bien clásico, comedido en muchos momentos y explosivo en su acción, no abundante pero si muy bien realizada.
Su punto fuerte y débil radica precisamente en su guión, a mi parecer muy bien construido en lo que respecta al juego de espionaje, contraespionaje, traiciones y demás, pero algo falto de contexto histórico. Es fácil no ubicarse cuando tanto unos como otros visten gabardinas negras y se intercambian en sus roles. Tampoco ubicar bien contra que se está luchando ya que el gobierno títere de Manchukuo sigue siendo chino, no son los típicos japoneses mejor identificables como “el enemigo”. A pesar de estos detalles -que quizás afecten más a un occidental que a un chino- la cosa fluye relativamente bien y con buen ritmo, a lo que debemos añadir un cuidado apartado técnico, como no podía ser de otro modo, donde predominan los enigmáticos paisajes nevados.
No voy a decir aquí que sea la mejor de su director, ni que sea especialmente original, ni que no se hagan bastantes de estas en china a lo largo del año, pero es un producto bien realizado y muy disfrutable.
Seguimos nuestro festival asiático volviendo a la animación con la apuesta segura que siempre es Mamoru Hosoda. He visto (casi)todas las películas de Hosoda en Sitges, la primera película que vi la primera vez que subí al festival en 2006 fue precisamente la versión animada de La Chica que saltaba a través del tiempo y desde entonces mi relación con el director es de clara pasión y admiración, por eso fue aún más intenso para mi poder entrevistarle junto a los compañeros de Cineasia, entrevista que publicaremos próximamente.
En Belle el director vuelve a presentarnos un mundo virtual, como ya hiciera en Summer Wars, en donde cualquiera puede vivir una vida diferente. A esa “red social” llega Suzu, una chica que descubre que allí puede superar sus miedos y cantar como ella siempre quiso, convirtiéndose en una estrella. Un día conocerá a una entidad llamada La Bestia, un ser atormentado y violento repudiado por todos en ese mundo y la joven se propondrá acercarse a él y descubrir que le aflige.
Básicamente una revisión en tono virtual de la Bella y la Bestia, Hosoda vuelve sobre un tema recurrente en su carrera y que parece que le preocupa especialmente en los últimos tiempos: la influencia de las redes sociales en nuestra vida. El director se declara un optimista, alguien que realmente cree en el aspecto positivo de los espacios virtuales y como pueden ayudar a la gente. Precisamente esta es la base de toda esta historia: Suzu supera sus miedos en este espacio virtual, que le permite ser ella misma; La Bestia tiene un oscuro trasfondo que iremos conociendo poco a poco y ambos llegarán a superarse a si mismos, a crecer como personas en el mundo real mediante sus experiencias en el virtual.
Me emociono solo de pensar en la película mientras escribo estas breves líneas, es que Mamoru Hosoda sabe perfectamente como llegarme y esta película, además, tiene varios giros a nivel de expectativas en su tramo final que la hacen aún más estimulante.
Nuestra última propuesta de esta primera crónica nos adentra en los terrenos del Midnight Xtreme, que este año no contaba con maratones a altas horas de la madrugada pero si con un puñado de películas que prometían sangre y diversión. He de reconocer que no tenía controlada a la taiwanesa The Sadness, pero su tráiler sorprendía por su violencia, nivel de gore y dureza temática.
La idea inicial es simple: una especie de virus pandémico -¡¡¡Cómo no!!!- hace que una parte de la población de Taiwán se vuelva violenta y depravada, llevando a cabo sus más macabros deseos de asesinato y crueldad entre risas y éxtasis. En esta turbia situación una pareja separada por las circunstancias tan solo quiere volver a reencontrarse y poder afrontar juntos este infierno. A partir de aquí el director de origen canadiense, aunque afincado en Taiwán, Rob Jabbaz construye un survival que gira entre los momentos de orgía violenta y una historia de reencuentros bastante típica pero efectiva. No esperen algo tremendamente original a nivel argumental, su historia es simple y sus personajes bastante típicos. Además, su gore es explicito solo en parte y tiene varios momentos muy pensados para el disfrute de la galería más que para apoyar su narrativa.
Lo que realmente me llamó, lo que se me metió dentro, es una absoluta sensación de futilidad, de impotencia, de ver como todo se va a la mierda y no puede hacerse nada por evitarlo, ni siquiera la propia supervivencia significa nada. Todos están en la misma situación, los que sobreviven y los que se transforman en depravados asesinos, el guión los trata a todos por igual y en varios momentos pareciera que más que un virus todo esto es una especie de Apocalipsis divina en donde las personas que no tienen esperanzas, cuando llegan al límite de sus fuerzas, solo tienen una salida, convertirse en demonios. En serio, me obsesione con esto, en como se plasma en la película un descenso a los infiernos de sus personajes más allá de consideraciones festivaleras o diversión para aficionados… y que final… aún resuena en mi cabeza.
Aunque la desconocía por completo, The Sadness ha tenido repercusión entre los círculos más fan del género por todas las opiniones vertidas por webs y medios especializados, principalmente estadounidenses. Ya saben, las expectativas… para muchos no es tan explicita como se prometía ni tan dura como aparentaba, y realmente no lo es para el aficionado al género. Pero como digo, mirando más abajo, mas allá, esa sensación de opresiva falta de esperanza es lo que más me impactó de ella.
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