Cuando, a finales de octubre, volvía a casa de noche y, según la costumbre, echaba una ojeada al cielo, me parecía que algo había cambiado. Había más estrellas que antes. Debe ser que estos días el aire está más limpio, pensé. Esta costumbre mía de mirar el cielo estrellado y la luna fue una de mis varias inspiraciones a la hora de escribir mi libro Destellos de luna – Pioneros de la ciencia ficción japonesa (Satori, 2016). Pero otra igualmente importante fue la amistad con Noriaki Ikeda, al que sus amigos apodaban Kensho por la otra posible lectura de los ideogramas de su nombre.
Conocí a Ikeda en verano de 2014 en el bar tokiota Luna Base del director de cine Minoru Kawasaki, otro nombre clave en el no muy extenso mundo de la ciencia ficción japonesa y el kaiju eiga, si bien en su vertiente de la astracanada y el despiporre. Fue justo cuando andaba un poco atascado con el libro de los pioneros de la ciencia ficción japonesa, porque me parecía que le faltaba la presencia de algún nombre clave de especial relevancia. En aquel entonces Ikeda acababa de publicar su libro Gojira 99 no shinjitsu (99 hechos acerca de Godzilla) y allí, sin conocerme de nada, me lo regaló y dedicó. Luego supe por otras personas que era un comportamiento habitual en él y que de pronto hacía cosas como prestar películas inencontrables a gente que acababa de conocer, con la suerte de que siempre se las devolvían. A cambio, luego recibías esporádicas llamadas telefónicas de más de una hora para preguntarte la opinión sobre el préstamo o regalo en cuestión… El caso es que estando allí los dos reunidos, el director Kawasaki nos propuso aparecer en una película que estaba preparando, Outerman (2015), parodia de las series de Ultraman, oferta que aceptamos encantados. Interpretaríamos, junto a Bintaro Yamaguchi (una especie de Iker Jiménez japonés), a sendos tertulianos a cual más tarado y farsante y así lo hicimos, aunque debo decir que mi interpretación fue la peor de las tres, bastante agarrotado. Por cierto que, con su habitual sentido del humor, Kawasaki pagó en el acto mi colaboración en aquella película, entregándome un billete de 10.000 yenes doblado y redoblado dentro de un minúsculo sobrecito destinado a los aguinaldos de los niños (o-toshi-dama).
En cualquier caso, y volviendo a aquella agradable velada en el bar donde se inició todo, entre unas cosas y otras hablé también a Ikeda de mi libro en proyecto y allí fue donde me abrió los ojos sobre el escritor Juza Unno, al que conocía de nombre pero nunca había leído. Esta revelación dio el empujón definitivo a mi libro, era el eslabón perdido que me faltaba y precisamente por la importancia que tuvo dediqué ese volumen a Ikeda, en crédito compartido con Masumi Kaneda, otro de los pioneros en el estudio de la ciencia ficción japonesa. Ambos, por cierto, pertenecieron al mítico y extinto Kaiju Kurabu (Club del kaiju) y coincidieron en las páginas de la no menos mítica revista Uchusen (Nave espacial), antaño dirigida por Saki Hijiri, otro de los nombres fundamentales del fandom del momento. Kaneda sería colaborador regular, mientras que la presencia de Ikeda fue ocasional. Por cierto que, un caso realmente inusitado, las andanzas de este Kaiju Kurabu (fantaseadas, eso sí) se convirtieron en el argumento de una mini-serie televisiva de cuatro capítulos del mismo nombre y emitida por la cadena TBS en 2017.
Desde entonces mantuve una sólida amistad con Ikeda, cimentada a base de llamadas que se eternizaban saltando de un tema a otro y escuchando propuestas a cual más demencial, pero que ahora añoro. Recuerdo una en particular donde me decía que mi trabajo como traductor e intérprete era una pérdida de tiempo y que lo tenía que dejar para hacer… ¡un fanzine con él! ¡A nuestra edad! ¿De qué iba yo a vivir entonces? Los detalles prosaicos de la vida no parecían importarle demasiado, ya que al parecer juntaba lo poco que sacaba de escritor con las ayudas de un hermano generoso. Cantidades que luego se gastaba en artículos de coleccionismo para deleite propio y ajeno… Cuando en 2018 Ikeda comenzó a empeorar de salud fui con mi mujer a su casa de la parte oeste de Tokio para echar una mano en temas de limpieza y llevarle, entre otras cosas, una tortilla de patatas casera. La casa era un pequeño apartamento con pilas y pilas de libros, revistas y películas en total desorden, junto a bolsas de basura llenas de latas y bandejitas de plástico, pero tuvo la deferencia de comprar el día antes dos sillas plegables para que pudiéramos sentarnos mi mujer y yo. Hablamos largo y tendido, nos comimos la tortilla, limpiamos un poco y tiramos la basura, quedando en volver otro día. Por aquel entonces ya se movía en silla de ruedas porque se le habían hinchado los pies (exceso de azúcar, entre otras cosas) e iba periódicamente a rehabilitación. Pero incluso en silla de ruedas, a menudo se le veía aparecer en reuniones de fans del género fantástico con su inseparable y característico sombrero. Un año y medio después, cuando empezó la crisis del covid rechazó una nueva visita, pero le enviamos una caja con todo tipo de material de “supervivencia” (incluyendo el entonces tan preciado papel higiénico). Desde entonces no recibimos noticias suyas, pero escuchamos que a finales de 2021 le habían hospitalizado porque no mejoraba de las piernas. Mientras tanto, yo me apresuraba en finalizar Pesadillas electromagnéticas de la ciencia ficción japonesa (Satori, 2022), la traducción de una antología de relatos de Juza Unno que acaba de aparecer este mes de octubre y que, como no puede ser de otra manera, dediqué a Ikeda con la ilusión de regalarle. Y es que cuando hoy ves a tanta gente dominada por el egoísmo y las ganas de figurar, gentecilla miserable y gris que traiciona sus amistades, amores e ideales, te das cuenta de lo valiosa que es la desinteresada generosidad de personas como Ikeda y por eso quise hacer constar por segunda vez mi agradecimiento.
El 28 de diciembre, día de los santos inocentes, suele coincidir con la tradicional sesión de sake con el gran Tomoo Haraguchi en algún izakaya de su barrio para despedir el año. Y de tanto en tanto esa fecha me da algún disgusto, como en el 2018 cuando se me cayó en Shibuya un USB nunca recuperado que contenía textos, datos y fotos irrecuperables (y aclaro que a esa hora aun no había bebido). Por desgracia esta reunión del 2022 fue una de esas luctuosas ocasiones, ya que de la conversación de Tomoo comprendí por qué dos meses antes el cielo nocturno me pareció más brillante. El 17 de octubre, justo al lado de la Juza Mayor, había nacido Kensho, un pequeño y luminoso astro que seguirá guiando los pasos de nosotros sus hermanos aunque de otra manera. Lamentablemente no dio tiempo a que su magma biblioteca incorporase el nuevo libro que le dediqué.
Daniel Aguilar
Noriaki “Kensho” Ikeda (14-01-1955 – 17-10-2022). Nace en Tokorozawa (Saitama). Desde muy joven participa en fanzines y revistas sobre ciencia ficción e ingresa en el grupo juvenil Kaiju kurabu, donde también “militan” futuros nombres relevantes de la difusión de la ciencia ficción japonesa en su vertiente kaiju eiga, como Hiroshi Takeuchi, Shoji Ohtomo y Tomoo Haraguchi. Además de colaboraciones en infinidad de revistas, Ikeda cuenta con varios libros en solitario y participaciones en otros de carácter colectivo, pero destaca en especial por sus colaboraciones en la revista Animekku, donde deslumbra con sus conocimientos de la animación japonesa y los super-héroes. Más adelante se convertirá en uno de los pioneros en el estudio del escritor de preguerra Juza Unno, descubriendo varios originales desconocidos y colaborando en la organización de su centenario en su Tokushima (Shikoku) natal y en la confección de sus obras completas. El 17 de octubre de 2022 falleció por infarto cerebral mientras se hallaba hospitalizado.
Hacer Comentario