Hola de nuevo, amigos de Asiateca. Aquí vuelvo para relatar mi experiencia en una de las mejores cosas que puede tener Kioto en otoño, y no es un destino turístico masificado con gente sacando fotos a hojas rojas, es el Kyoto Historica Film Festival. Es por el Historica por lo que no me corto las venas de la depresión después de volver de Sitges, porque podré calmar mis ansias festivaleras con una buena dosis de cine clásico añejo de la Toei que me dará fuerzas para aguantar hasta el de Yubari el marzo que viene.
Lo bueno de su selección de clásicos es que procuran huir de los cuatro directores de siempre y dan la oportunidad de aprender y profundizar un poco más sobre lo que se hacía en el cine de género histórico durante la época de mayor esplendor de la Toei. Esa época donde hacían 100 películas al año, estrenando esta productora al menos una película a la semana. Esa época donde los directores en nómina hacían cinco superproducciones al año, meándose en la cara del Takashi Miike cuando todavía no había nacido. Esa época donde doscientas personas entraban cada mañana en los estudios de filmación de Uzumasa, se ponían sus kimonos, se maquillaban y se colocaban ellos mismos sus pelucas para comenzar su trabajo como extras en producciones de jidai-geki, como una pequeña parte del engranaje de la gran industria cinematográfica.
Si el año pasado el festival estuvo casi dedicado en exclusiva a Tai Kato, esta edición han optado por dos autores de estilos completamente opuestos, Tomu Uchida y Tadashi Sawashima, y jugar con el contraste radical de lo “denso” y lo “ligero” (según palabras de Ken Takahashi, programador jefe del Historica).
A pesar de que la película inaugural del 27 de octubre prometía con la versión restaurada en 4K de The Mad Fox (1962) de Tomu Uchida, solo pude acercarme a Kioto a partir del 1 de noviembre para ver la sesión de The Samurai Vagabonds (1960) de Tadashi Sawashima a las 18:30. Aquí, Kinnosuke Nakamura, uno de los grandes de la actuación, se une a Katsuo Nakamura para hacer de dos jóvenes señores feudales seleccionados como candidatos para ser el 8º Shogun. Lejos de aceptar cualquier responsabilidad palaciega, deciden escapar y viajar de incógnito bajo los nombres de Yaji y Kita. Durante su periplo, harán equipo con la ya diva Hibari Misora, que hace de intrépida reportera. Juntos, y sin que la Misora sospeche nada de la verdadera identidad de los muchachos, serán testigos de un complot palaciego que oculta ciertas corruptelas y que deberán evitar de cualquier modo, incluso si hay que renunciar a una vida de libertad y anonimato por el bien de los demás.
Viendo The Samurai Vagabonds me quedó claro a lo que se referían con lo de “ligereza”. Sin duda es un caso de gran producción palomitera de sesión doble, de esas de ritmo loquísimo que se pasan en un suspiro y que se olvidan con más rapidez. Choca que, aunque hay música moderna, con su jazz y ritmos latinos de big band, Hibari Misora no canta y solo se limita a darle la réplica a la estrella de Kinnosuke Nakamura.
También me chocó lo de que los protagonistas se hicieran llamar Yaji y Kita mientras viajan de incógnito. Hasta ahora, para mi, esos nombres solo pertenecían a los protagonistas de la ópera prima del guionista Kudo Kankuro, Mayonaka no Yaji-san Kita-san (2005), un locurón de película del responsable de libretos como el de Zebraman o Punk Samurai. Sin embargo, fue consultar en internet y descubrir que esos personajes son parte de la literatura clásica japonesa y sus nombres son muy recurridos en el cine para ocultar la identidad de viajeros que huyen en parejas. Mira lo que se aprende.
Termina la película y comienza una charla (en japón lo llaman talk show) con un crítico de cine invitado. Se me había olvidado que en este festival siempre hay una charla con algún experto, historiador o director de cine, así que calculo mal la hora de vuelta y salgo a las nueve pasadas de la sala. El regreso hasta mi casa en Osaka se hace largo y cansado. El Historica se celebra en el Museo de Kioto en Sanjo y la estación más cercana que conecta con Osaka es la de Karasuma-Oike, de la compañía Hankyu. La línea Hankyu, aunque se vea más elegante y cálida que la JR, me resulta muy agobiante y me deja siempre agotado. Si vuelvo con la JR desde la estaciòn de Kioto igual tardo lo mismo, pero solo se para en tres estaciones con la línea rápida y se pasa en un suspiro aunque vayas de pie. Con la Hankyu, igual son 10 minutos más solo de diferencia, pero hacen tantas paradas que se hace eterno aunque vayas en un tren expreso. Las personas que viajan en la Hankyu también suelen ser un poco diferentes a las de la JR: En la Hankyu van más señoras elegantes y gente de buena situación económica porque las estaciones suelen estar en barrios agraciados, mientras que en la JR viajan sobre todo oficinistas o personas de barrios populares. La diferencia de clases termina cansando y mareando tanto como cansa y marea el olor a laca y pachuli de las señoras pudientes frente a la sobaquina del obrero.
El viernes 2 y sábado 3 de noviembre me los tomo libres para poder dedicarlos en exclusiva al festival. Sin embargo, en la primera sesión del viernes ponen El abrazo de la serpiente (2015), una coproducción entre Colombia, Venezuela y Argentina que no me interesa nada y decido levantarme tarde para ir a la sesión de las 13:30 y ver A Bloody Spear at Mt.Fuji (1955) de Tomu Uchida.
Antes de la película, y viendo que no me da tiempo a comer en condiciones, entro en una panadería-pastelería de una callecita perpendicular a Shijo de camino al cine y me compro una pizza pequeña de queso y cebolleta. Al salir, veo que hay buffet libre de bollería con una bebida por solo 600 yenes hasta las 11 de la mañana. Lo llego a saber y me levanto antes.
A Bloody Spear at Mt.Fuji resulta para mí el descubrimiento del festival. Empieza como una peli costumbrista, de viajeros que se encuentran en el camino a Edo, sin trama concreta, pero cuyo centro es un sirviente que porta la lanza legendaria de su amo, un amable señor feudal, pero por una cadena de acontecimientos que implica a todos sus actores, termina siendo una desgarradora tragedia con un claro mensaje a favor de la lucha de clases y con unas ácidas notas de crítica a la clase trabajadora que, ciega, sigue respetando y venerando a ciertas personas por el único mérito de haber nacido con privilegios obtenidos por la gracia de dios. Esta fue la primera película que rodó el Uchida después de la guerra y de pasar ocho años prisionero en China. No cabe duda, por cómo refleja las pasiones y la violencia, que tuvo que haber visto y experimentado lo indecible durante esos años.
Pero por mi descripción no os echéis las manos a la cabeza agobiados diciendo que para penalidades ya tenéis vuestra propia vida y que no vais al cine para sufrir. No temáis, no es neorrealismo italiano ni cine social-porn estúpido y efectista como Techo y comida, que es la Toei, leñe. Esta peli, además de su chicha, está mimada al milímetro, con una dirección y una realización cuidada al máximo, con sus localizaciones en exteriores, sus travellings y grúas y música jazz de la época que suavizan mucho todo, y un tratamiento de tramas y personajes que van más por los estándares del jidai-geki ligero. Aunque todo aderezado con la genialidad que otorga el director y su equipo, claro.
Termina y, todavía estando yo en éxtasis, comienza el talk show correspondiente. No he mirado quién es el señor invitado y cuando lo nombran me entra un momento fan. Es Kazuya Shiraishi, un señor que descubrí no hace mucho en la muy inspirada The Devil´s Path, con Takayuki Yamada, el Antonio de la Torre japonés, Lily Franky y, el descubrimiento del siglo, Pierre Taki, componente del grupo Denki Groove. Además, este verano pasado pude disfrutar en el Bifan de su más que resultona The Blood of Wolves, un homenaje al Fukasaku en lo estético pero con mucho de Hideo Gosha en su tratamiento. No obstante, no alcanza todavía el grado personal de director fetiche debido a su mediocre aportación al reboot de las roman porno de la Nikkatsu con Dawn of the Felines (2017) o su aburridísima y fallida Sunny / 32 (2017), también vista, con mucho tedio, en el Bifan 2018. Estos tropiezos no le consagran, pero le dignifican y le humanizan, con lo que mi admiración por él se mantiene. Cuando termina la charla me entra una extraña mezcla de timidez y pereza y me marcho sin hablar con él ni pedirle un selfie, con lo brasas que suelo ser.
Tengo por delante un par de horas hasta la próxima sesión. Para matar el tiempo podría ir dando un paseito hasta Gion y ver cómo miríadas de turistas chinos hacen fotos a otras turistas chinas con kimonos de alquiler a las que toman por geishas. Se me quitan las ganas y voy hasta Teramachi para picar algo. Me puede el ansia y el picoteo se convierte en merienda cena. Para empezar, caigo por accidente en una croquetería pija, Ville de Croquette y, desbordado por la imaginación de la carta de fritangas, me pido tres piezas: una de pollo y gobo (una especie de tubérculo japo) con mouse de consomé blanco y salsa picante; otra de queso con salsa de albahaca y pimienta y otra de pulpo con boletus. Menos la de pulpo, que parecía engrudo, las otras estaban deliciosas al borde de la lágrima. La misma lágrima que pude aprovechar cuando me pasaron la factura. Pero un día es un día. Me dura la gula y paso por “Pan no Tashima (パンの田島)”, una tienda especializada en koppe pan, un panecillo blanco parecido al del bollicao pero más tierno con rellenos a elegir. La moda reciente del koppe pan se debe a motivos nostálgicos, porque era el pan con lo que hacían los bocadillos en los colegios japoneses. Muchos os acordaréis de cuando en Ranma se peleaban por ver quién era el que pillaba el último yakisoba pan. Pues era esto. Me pido uno de azuki y crema de chocolate que me deja empachado y que me quitarían las ganas de cenar.
Afortunadamente, la siguiente película aligeraría mi carga emocional y me haría olvidar la patada al estómago después de tanta guarrindongada.
En Travels of Hibari And Chiemi (1962), Tadashi Sawashima nos regala un auténtico jidai-geki musical de alta factura para lucimiento de dos divas de la canción moderna, la omnipresente Hibari Misora y la malograda Chiemi Eri, que fue esposa de Ken Takakura y murió asfixiada por su propio vómito después de mezclar alcohol con medicinas para el resfriado. Canción yeyé y enka se combinan en el relato sobre dos torpes muchachas que se ven implicadas en un caso de tráfico de drogas (en pleno periodo Edo) y que ayudarán involuntariamente a un apuesto detective encubierto encargado de destapar el caso. Mientras, se disputarán el amor del chulazo protector de la ley interpretado por Chiyonosuke Azuma.
La película va como un tiro. Tiene una acción desbordante y la trama avanza a un ritmo frenético. Los interludios musicales no hacen más que avivar el ánimo de los asistentes, que aplauden y bailan en sus butacas. Raro en un público japonés, que suele ser muy rancio y soso. Resulta que entre esos espectadores danzarines veo muchas caras occidentales. Y es que este año también han invitado a los participantes del Filmmaker Lab que se realiza paralelo al festival, donde jóvenes cineastas de todo el mundo son becados para venir a Kioto y aprender el arte del jidai-geki en los mismos estudios que la Toei tiene en Uzumasa.
Termina la peli con ovación y comienza el punto más flojo del festival, el “talk battle”: Como muestra de cortesía a los chavales del Filmmaker Lab, después de la proyección se les invita a participar en un coloquio donde pueden confrontar opiniones con el invitado correspondiente. El problemón es que el coloquio queda lastrado por la intervención de una señora mayor (me juego el cuello a que es voluntaria) que hace de traductora y que habla que no sé si está recitando un mantra o es que Célula le ha clavado el aguijón y le está sacando la energía vital. Vamos, que habla muy bajito y con un tono uniforme que hace que uno no entienda nada, se aburra y hasta termine irritado. El ritmo de cada intervención queda roto por esta señora susurrando al micrófono, con los asistentes mirando al techo esperando a que acabe. Las aportaciones de los estudiantes del Lab tampoco dan para mucho aparte de decir obviedades o comentarios amables y lo poco que da para debate se queda en los dos ponentes principales divagando entre ellos en japonés ignorando a la traductora que trata de hablar sin que nadie escuche. Termina el “talk battle” después de una hora y pico para apenas seis turnos. Entiendo que todo esto es un gesto de buena voluntad hacia unos invitados internacionales, pero está comprobado que no funciona y que todo se queda en un acto para la foto. El año que viene escapo nada más acabar la peli. Es tardísimo, todavía me queda una hora y media hasta mi casa y mañana pienso volver para ver la sesión de las 10:30. Ay, los festivales.
Redactor: Fernando DeMontre.
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