El pasado día 10 de marzo finalizaba una nueva edición del Yubari International Fantastic Film Festival, uno de esos eventos míticos dentro del circuito del fantástico que tristemente ha ido languideciendo con los años, pero que no ha perdido una esencia única, dar voz a una serie de realizadores locales e internacionales que con poco presupuesto sacan mucho, tirando de ideas arriesgadas, desinhibidas y fuera de lo que pudiéramos esperar. Fernando ya nos presento el evento en su edición de 2016, y este año vuelve a la carga con esas crónicas de “costumbrismo festivalero” que tan bien suele hacer, esta vez con una perspectiva muy personal. Aquí os dejo sus vivencias.
Hola de nuevo, amigos de Asiateca. Ha llovido (y nevado) desde que escribiera aquella crónica de la edición del 2016. Los años posteriores he seguido asistiendo y la experiencia (a pesar de que la programación fuera más o menos buena) no ha ido sino a mejor. Este año es especial por varios motivos y por eso me gustaría dejar constancia de mis recuerdos antes de que se me olviden después de volver a la puñetera cotidianeidad. Disculpe el lector si encuentra un lenguaje un poco chabacano, esto va más de relatar desde el corazón la experiencia de un festival reconocido (con mucho acierto) como el más divertido del mundo.
Jueves 7 de marzo.
Este año voy casi completamente a ciegas. La página web apenas se actualizó con los títulos de las películas sin ninguna captura ni sinopsis para hacerse a la idea, pero daba igual, ya tenía reservado vuelo y hotel desde diciembre. Con el “casi” de antes me refiero a que había una cosa que me hacía confiar ciegamente, y es que el gran Yoshihiro Nishimura era uno de los programadores de esta edición. El año pasado, debido a que, durante las últimas ediciones, la programación oficial del festival se había convertido en un aburrimiento más cercano a dramas humanos que al cine fantástico, el Nishimura, junto a Naoya Sawada (otro de los responsables del festival desde su refundación en 2008 después de un tiempo inactivo debido a la bancarrota del pueblo de Yubari), hicieron un “festival rebelde” justo al mismo tiempo que el festival oficial. Celebrado en una pequeña sala donde no cabían más de 80 personas, resultó mucho más divertido y con una programación más interesante y entretenida que la del propio festival oficial. Este año, en un alarde de sensatez por parte de la organización, aceptaron su culpa y le dieron al Nishimura la sección Core Fanta, dedicada al fantástico más hardcore y personal de cineastas japoneses. Para mí era suficiente garantía de calidad.
Pero a esto que, estando en el aeropuerto de New Chitose en Sapporo, y mientras esperaba el autobús para Yubari, miré la programación de ese jueves para ver a qué me daba tiempo antes y después de la fiesta de inauguración. La programación estaba sin traducir y miré la versión japa sin gafas. Y veo unos kanjis. Y me froto los ojos por si he leído mal. No, no, esos kanjis eran correctos. Esa noche presentaba película la AV idol Shoko Takahashi, una de las actrices porno más punteras del panorama actual. Si hubiera tenido serpentinas y matasuegras me hubieran llamado la atención en el aeropuerto. Qué alegría me estaba entrando.
Llega el bus y en casi una hora me deja en la puerta del Mount Racey, el hotel de Yubari donde me hospedo. Ahí se celebrará también la fiesta de inauguración. Se sitúa en un lugar estratégico: al lado de la estación de tren (cuya línea de JR dejará de prestar servicio este año definitivamente); en frente de Yatai Mura (una especie de nave prefabricada estrechita con muchos bares donde todos -invitados y espectadores mezclados- se ponen ciegos a beber hasta altas horas de la madrugada) y a mitad de camino entre los dos edificios donde se exhiben las películas: Himawari (un antiguo colegio de secundaria reconvertido en youth hostel donde sus dos canchas de baloncesto sirven de cine) y el Hotel Shuparo, que cuenta con otras dos salas. Este año, debido a problemas incógnitos, no usan el Himawari y solo añaden a las salas del Shuparo la sala pequeña que usaron para el festival rebelde cerca de ahí, en un edificio público en la Kinema Street de Yubari.
Me bajo del bus, cojo la maleta y me cruzo con la gente que iba al hotel Shuparo para la gala de inauguración. Y ahí estaba ella, cual princesa con vestido rosa largo de una pieza y estola de piel cubriendo sus hombros, irradiando más aura que Raoh, la divina Shoko Takahashi. Me quedé tan pasmado mirándola que cuando ella cruzó su mirada conmigo se me pusieron las mejillas coloradas y casi me entra una hemorragia nasal. Disimulo un poco y hago check in en el hotel. Se me hace un poco tarde para la Opening Ceremony que empieza a las 17h y tampoco tengo muchas ganas de ver la última del Kim Ki-duk que la ponen como película inaugural, pero de todos modos, voy a hotel Shuparo para recoger el pase del festival y el catálogo.
La distancia entre el hotel Mount Racey y el Shuparo es como del Meliá Sitges al Casino Prado, un paseito que se puede hacer a pata muy a gusto si no te pilla una nevada gorda. Ya que es el primer día, y para desentumecerme, voy a pata para reencontrarme con el paisaje tan bonito del Yubari nevado.
Cuál es mi sorpresa que cuando llego hay un grupito de mujeres que protestan portando carteles. Eran de la Gender Equality in Korea Film y protestaban contra el festival por incluir la película de Kim Ki-duk, acusado de abusos a una actriz. Me hizo gracia porque cuando se exhibió en Sitges la peña ni se enteró, pero luego, mira el por culo que dieron con Bocadillo. A los guardianes de la moral españoles les da un telele si los sacas de los medios generalistas y los titulares. Eso que ganamos los demás.
Una vez recogida la acreditación, para hacer tiempo antes de la fiesta y dentro de la sección Core, voy al pase de Pleasant Kidnappers, un mediometraje sobre un grupo de desaliñados que pretende secuestrar a la hija de un rico empresario, pero se equivocan de muchacha y raptan a la hija desquiciada de un jefe de la yakuza aún más desquiciado. Dentro de la austeridad de medios y localizaciones, la verdad es que sale una historia de perdedores bastante maja.
Vuelvo al Mount Racey para la fiesta de inauguración: Dos horas de bufé libre de comida y bebida a tutiplén. Acuden todos los invitados del festival y personalidades políticas de la región que dan discursos varios. Luego, actuación de taikos y juego de piedra-papel-tijera con premios entre los asistentes para amenizar la velada. Me reencuentro con Reji Hoshino y el resto de la familia Tetsudon y miro de reojo a algún famosillo. Un poco más tarde, con varias birras encima, me armo de valor y me acerco a la mesa de Shoko Takahashi. Le digo que soy un admirador suyo y que iré sin falta esta noche a la presentación de su película. Ella me da las gracias con una encantadora sonrisa y me estrecha la mano. A su contacto me derrito todo. De la timidez que me impone la actriz, me quedo sin palabras como un pasmarote y marcho de nuevo a la mesa de los tetsudones hasta que acaba todo. Medio piripi me encuentro a uno de los miembros del jurado, Kazuya Shiraishi (director de, entre otras, Blood of Wolves y The Devil’s Path), que también va dando volantazos, y le digo que me gustan mucho sus películas. No me hace mucho caso porque va pedo, pero me quito la espinita de no haberle dicho nada cuando estuvo en el Kyoto Historica 2018 dando una charla.
Son las 11 de la noche y subo al último bus de ruta al Shuparo para ver el pase de medianoche de la sección Forbidden Zone, dedicado al género erótico en todas sus vertientes: Twelve Muses, del taiwanés Kai-Chi Chang, es un mediometraje pedante y con ínfulas de sofisticación para intentar justificar dignamente que la Takahashi salga en bolas todo el metraje. Es un recorrido por la historia de las musas de la pintura donde la actriz porno luce cuerpo serrano mientras imita las poses de diferentes cuadros (desde Goya a Klimt) intercalando técnicas audiovisuales (más filtros de postproducción que otra cosa). Es un rollo patatero, pero el cuerpo de la Takahashi es hipnótico y como si la peli hubiera durado 20 horas, que con gusto estaría ahí ojiplático y babeante el tiempo que hiciera falta. Termina y llega el momento que todos querían: El talk show. Moderado por el gran Tokitoshi Shiota, programador jefe, un señor bajito con tupé, gafas oscuras y muy molón que seguro que habéis visto pululando por Sitges, introduce a la actriz, a su director y al productor, haciendo un par de preguntas de rigor al amigo taiwanés y al productor para luego dedicar casi todo el tiempo a la muchacha.
Decía el director que con esta peli quería homenajear a las musas anónimas del arte poniendo a una estrella del erotismo que todos conocieran. Me hizo gracia que llamara musa anónima a la Maja desnuda y lo relativo que es todo dependendiendo del lugar, porque las estrellas del porno japonés son increíblemente conocidas en lugares como China, donde el porno está prohibido, o en Taiwán, donde es legal verlo pero ilegal rodarlo; pero esas mismas estarlettes superfamosas son chinas random para el aficionado occidental (sobre todo español), que solo sabe sus nombres si salen en pelis de género para inmediatamente intentar desvincular al máximo su origen pornográfico no vaya a ser que se rían de uno por tener estas aficiones. No me digáis que no, que os tengo calaos.
La Takahashi demuestra tener durante toda la charla, y a pesar de la hora intempestiva, un gran sentido de humor y mucho desparpajo que acompaña todo el rato con una sonrisa de quedarse embobado. Al terminar, se dejó fotografiar con los aficionados que se lo pidieron (yo no fui menos, logro desbloqueado).
Aprovecho el paseo andando hasta el hotel en mitad de la noche helada para que se me bajen los calores del alcohol y la emoción de ver a la diva, pero recibo un mensaje para tomar la última en un bar cerca del hotel. No tengo remedio y voy. Ahí estaban varios amigos del colectivo Tetsudon y, para mi sorpresa, Lala Sorami. Lala Sorami es dibujante de tebeos y todos los años publica un dōjinshi (manga autoeditado) donde cuenta su experiencia del festival de Yubari del año previo, más o menos como lo que hago yo pero ilustrado como un manga femenino, donde el artista se dibuja como una colegiala y cuenta su experiencia en primera persona. A todo esto, Lala Sorami, a pesar de su nombre femenino, es un señor bajito heterosexual de 50 años. Cuando le conocí en persona me quedé con el culo totalmente torcido y por eso mismo se ganó mi corazón y respeto por la eternidad. Comento esto porque me recuerda mucho al caso de Nagabe, el autor del manga La pequeña forastera, cuya identidad fue un misterio durante mucho tiempo en el que todo el mundo fantaseaba y deseaba que fuera una mujer, para luego terminar siendo un chico de veintitantos. En el caso de Lala Sorami no hubo chasco por mi parte, sino alegría. Al reencontrarlo le pido inmediatamente la edición de su dōjinshi de este año que, muy amablemente, me regala.
Reencuentro con amigos, comida en cantidad, buen bebercio y conocer a una auténtica musa. El festival empieza realmente fuerte. Si a esto se le suma buen cine desde mañana, podrá ser una edición de leyenda. ¡Yubari, aquí estoy de vuelta!
Redactor: Fernando DeMontre.
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