En nuestros comentarios sobre el festival hemos recalcado en numerosas ocasiones el tratamiento un tanto especial que han tenido las maratones en esta edición. Vuelvo a repetirme, creo que una maratón requiere un tipo de cine muy particular para un público entregado, no se deberían hacer maratones que forzaran al publico a ver películas a unas horas a las que no están acostumbrados o no quieren ir. Este año, y en particular con el cine asiático, ha sucedido eso mismo, películas que quedaron relegadas a maratones o pases de madrugada y sin alternativa en otras horas, y en ocasiones estrenos muy potentes que hubieran llenado salas. Incluso la ganadora del festival, la finlandesa Sisu, tuvo difícil ser vista pro buena parte de la prensa por eso mismo.
Antes de terminar esta serie de crónicas seguro que volveré a repetirme una vez más sobre este tema, pero es que el día de hoy comenzamos con una de esas maratones, de hecho la que considero más coherente -junto con la maratón Orbita- y que sigue la estela de aquellas Japan Madness que tanto han hecho disfrutar al personal, aunque esta vez se tira más hacia la comedia que hacia otra cosa. Pero vayamos por partes.
La velada se iniciaba ya de madrugada con The Price We Pay, producción estadounidense del incombustible Ryûhei Kitamura. El director japonés lleva ya años haciendo “las Américas” y dejándonos productos muy interesantes, entre los que me gusta destacar “No One Lives” con un entregado Luke Evans, y esta vez prometía un slasher de corte clásico que creo que patina en su concepto.
La cosa comienza en una casa de empeños donde dos delincuentes entran al asalto, que termina con el dueño de la tienda desparramado por el lugar, debido al carácter impetuoso de uno de ellos, y con una joven secuestrada como rehén antes de iniciar la huida. En su afán de escapar de la policía llegan a una granja donde piden al muchacho que está cuidando el lugar poder refugiarse en una casa cercana. A regañadientes este les deja con la condición de que no se enteré su abuelo… Imaginen a partir de aquí.
Realmente The Price We Pay es una cinta muy clásica, grupo de personas, en este caso delincuentes y secuestrada, terminan en una granja perdida donde los dueños no serán precisamente lo que uno espera. Hemos visto esto 1000 veces. Sin ser nada para volverse loco, el desarrollo es el esperable y la factura más que correcta, lo que hace de este producto entretenido y apto para los amantes del género. Lo que me sacó realmente d ella película fue el elemento diferenciador, ese intento de darle un giro y hacer el “monstruo/psicópata/familia de la granja/lo que tenga que salir” tenga un punto original y una (retorcida) razón para hacer lo que hace. Ese elemento, el que hubiera dado el punto extra a algo muy visto, me parece rocambolesco, aburrido y algo rebuscado. Ese es el lastre, al menos para mi.
La segunda película de esta maratón era la última entrega de la saga The Mole Song, adaptaciones del manga homónimo de Noboru Takahashi dirigidas por Takashi Miike. He de reconocerles que no soy yo super fan de este tipo de adaptaciones y live-actions, con poco empiezan a aburrirme o no entro demasiado en su humor. Mole Song es una saga que se ha pasado al completo en Sitges, siempre en maratones y me he dormido en todas ellas. No piensen mal de mi, es por las horas.
En esta tercera y última entrega nuestro querido agente infiltrado Reiji Kikukawa está a punto de cumplir su misión, desenmascarar a Shuo Todoroki como jefe Yakuza mientras este le encarga que supervise un cargamento de droga camuflada en pasta italiana.
Quien haya visto alguna de las dos anteriores entregas de esta loca saga ya sabrá que va a encontrarse aquí ya que no difiere en prácticamente nada a sus predecesoras. Comedia de esa tontorrona y locati, una nueva versión ampliada de la “canción del Topo”, una espectacular puesta en escena y trajes innecesariamente estrafalarios. Todo lo que cabria esperas más numerosos cameos de personajes de las dos entregas anteriores, alguno de ellos bastante apoteósico. Lo que me falló, y más a las horas a la que la vi, fue que buena parte de la acción y la comedia que suele adornar el metraje de sus predecesoras se sustituye aquí por drama, ese drama surgido del conflicto interno de Reiji por terminar su misión y desvelar a sus compañeros que es un agente infiltrado. A este drama además se le suma el componente emotivo de ser ya el final de la saga, y esto le resta locura y acción, cosa necesaria en una maratón. Por lo demás, todo en la línea que se podrían esperar.
Finalizábamos la noche con buen animo, las maratones a principio del festival, sin el cansancio acumulado de días de cine, se aguantan mejor, viendo otro live-action llamado Kappei, obra original de Kiminori Wakasugi adaptada bajo la dirección de Takashi Hirano que prometía buenas risas.
La cosa no puede empezar de forma más curiosa: Nostradamus profetizó el fin del mundo y por ello se creó una orden secreta dedicada a reclutar niños y entrenarlo para que fueran “Guerreros del apocalipsis” y ayudaran a la humanidad en estos momentos aciagos. La cosa es que casi 20 años después el apocalipsis no ha llegado y el maestro decide liberar de sus obligaciones a los jóvenes que salen al mundo sin demasiada idea de como es lo que se van a encontrar. Uno de estos jóvenes es Kappei que con su chaleco y pantalones cortos llega a la ciudad, donde decide convertirse en Héroe.
La película parte de una base más loca de lo que luego resulta, pero he de decir que su humor estúpido y situaciones rocambolescas me hicieron pasar un rato bien entretenido. La cosa es que contra lo que pudiera parecer casi toda la acción de la película se basa en “Kappei encuentra una chica que le gusta y descubre el amor”, poco se ve de Kappei en plan héroe o descubriendo situaciones comunes más allá de sus intentos de acercamiento romántico o saber como comportarse con la chica que le gusta. Bien es cierto que, personalmente, este tipo de premisas no me suelen llamar la atención y desinflan un poco mi opinión sobre la película, pero sea como fuere es divertida y tiene momentos muy locos. Por mi, bien.
Tras descansar lo que pude tras esta noche intensa, el día empezaba ya casi de tarde con una obra de animación de esas que ya veo venir pero que me da por ver porque cuadran bien y porque soy un enfermo que quiere ver todo lo que le ponen por delante sin aprender a verlas venir aunque si que las vea venir… Perdón, que me dejo llevar.
Dozens of Norths es una cinta de animación realizada en exclusiva por el japones Koji Yamamura y que no se muy bien como afrontar a la hora de escribir estas líneas. “El Norte es solitario en todas partes. Aquí está todo el Norte. Este es un registro de las personas que conocí en estos Nortes”. Este es uno de los primeros intertítulos que aparecen en la película, compuesta casi en exclusiva por imágenes fijas a las que se le hacen barridos ya sean en vertical u horizontal, añadiendo pequeñas animaciones de elementos dentro de las mismas y acompañada de música y toneladas de intertítulos.
Se que el lenguaje escrito es puñetero y no quiero que se malinterpreten estas palabras, pero es que no entiendo esta película. No tiene prácticamente técnica más allá de los barridos, las imágenes no son complejas ni la animación introducida destacable, la música es el único elemento sonoro por lo que se vuelve cansina y más cansinos aún son los textos que intentan decir cosas sin que, al menos para mi, tengan demasiado sentido. Esa manía de ser rebuscado en vez de ser simbólico, aunque seguramente sea más una cuestión de percepción que de otra cosa.
Este tipo de productos tienen sentido en una feria de arte moderno o como montajes específicos, no los veo para un publico generalista en una sesión de Sitges.
Cerramos esta segunda entrega de nuestras crónicas festivaleras en Sitges 2022 con el BLOCKBUSTER, así en mayúsculas, coreano de esta edición, con el permiso de alguna otra película, desde luego. Emergency Declaration, dirigida por Han Jae-rim, venía precedida de un elenco de lujo que contaba con rostros tan apabullantes como Song Kang-ho, Lee Byung-hun, Jeon Do-yeon o Kim Nam-gil, y eso ya me tenía interesado.
La película mezcla a varios personajes en una situación bastante compleja. Un policía investiga unas extrañas muertes aparentemente producidas por un virus o agente químico, sus pesquisas lo llevan a sospechar de un investigador farmacéutico que planea cometer un ataque terrorista en un avión.
Estamos ante una producción que realmente tiene un desarrollo bien típico, un blockbuster que ofrece todos los elementos que uno esperaría de este tipo de productos, pero que sublima el drama en todo su tramo final, como no podía ser menos en una película coreana. Bien es cierto que para los neófitos en la cinematografía coreana todo este drama podría verse como excesivamente superlativo, pero creo que se lleva bastante bien y no llega a los excesos que tantas veces hemos visto a los largo de los años. No quiero contarles mucho de su desarrollo argumental, pero diré que la película no para en prácticamente ningún momento, derivando en diferentes situaciones, tanto en tierra como en el avión, con sus devenires, consecuencias y mensaje, todo bastante bien llevado y con un gran ritmo. Más allá de eso, y de recalcar su excepcional apartado técnico (aunque eso no es novedad en el cine coreano), hay que hacer una mención a unos roles muy bien llevados y bastante carismáticos, sobre todo de Song Kang-ho, como el policía, y Lee Byung-hun, como ese padre y piloto que debe volver a tomar los mandos en esta compleja situación.
En definitiva, y siendo algo parco porque quiero que vean la película sin tantos datos argumentales, un blockbuster de desarrollo típico pero muy coreano en su tramo final. Y una nueva constatación de que Lee Byung-hun no tiene papel malo.
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